sábado, 25 de diciembre de 2010

Abeja en el pelo

Una manía repugnante, Molina, esa de limpiar con los dedos la bombilla. Le cuento que justito detrás de usted, ahora, un tarambana limpia la bombilla con los dedos antes de pasar el cuenco. Como lo oye: con los dedos. Ahá, claro que es un horror. Le digo más, Molina: algunos juegan con la bombilla haciéndola golpear contra los dientes y es como que la tocan con la puntita de la lengua, todo esto mientras participan fluidamente de la conversación, como en un acto involuntario. O dan pequeños soplidos cual si de una flautita se tratase. Y que conste que estamos ante una tradición milenaria que une a la gente. El gaucho, Molina. Ha leído usted la cosa telúrica, la vivencia del hombre de campo, el rigor de la intemperie que convoca al parroquiano a reunirse junto al fuego. Ni que lo diga, Molina, un frío de cagarse, sí. Imagínese que el gaucho no iba a andarse con la mariconada de limpiar la bombilla con los dedos roñosos. A rebencazo limpio se amansaba el caballo. Una fogata y la comunión entre hombres rústicos templados por la tierra, en silencio, y el frío tajante de la noche; ése fue el escenario prístino del mate, Molina. Efectivamente, querido, otros tiempos. La decadencia estrepitosa. Acá en el camping no se puede, Molina. No se puede. No mire, pero detrás de usted la señora gorda ha enviado a su pequeño niño a la pileta porque el mocoso se halla pringoso de yogur. Sí, mi viejo, se le cayó el tarro de yogur en la cabeza; lo sobrevuela un nutrido enjambre de abejas. No se mueva. No. Parece que tiene usted una abeja en el pelo, sí; y le está libando la caspa, Molina. Qué asco.

martes, 14 de diciembre de 2010

El gallego de mierda



No sé cómo contarteló, Sorongo. Vos me vas a tomar para cualquier lado. Nada hice, negro, no hice nada. Esta vez no hice nada. El viejo del fondo, el gallego de la sobrina tetuda. Así nomás, se nos murió. Gallego con acento cordobés era ése. Si a vos también te agarró en varias, Sorete. Se habrá muerto de la bronca que me tenía. Me amenazó quichicientas veces el último tiempo. Así nomás. De viejo, de una caída que tuvo. Siempre putiando a la tetudita y a la otra gorda que lo cuidaba. Parece que los sobrinos le pagaban a esa gorda para que le limpie y lo corra con los remedios. Viejo de mierda. Ya lo escuchaba putiar porque le enceraban demasiado el piso, no es la primera vez que se caía de orto. Se caía, escuchaba mis risotadas y me putiaba. Y no, esta vez quedó de cama, tres días parece que estuvo hasta que palmó. Andá a saber. Cuestión, ¿querés saber?, me tocan el timbre el domingo a la mañana. ¿Yo qué digo?: religiosos. Pero no, eran estos para avisarme que había palmado el viejo. ¡La que me agarró! Decí que no les había abierto el portón y me pude cagar de risa tranquilo. Pero los tipos que me insistían. ¿Y yo qué sé, negro? Les abro y me les hago el dolido, viste, la jeta roja del chupi te ayuda para engañar. Les hago todo el cuento, que sí, que pobre, que él tan sacrificado siempre, que esto, que el otro. Y en eso, andá a saber si fue por el pedo que tenía, pero me entro a creer lo que estaba diciendo y me les largo a llorar ahí. Ahí nomás, negro, a lágrima viva como un chancho. Los tipos se sorprenden porque ni ellos estaban llorando. Imaginate, era el tío pero era un viejo de mierda, no quería a nadie, ninguno se iba a llorar la vida por él. Entonces entran a preguntarme quién era yo, por qué lo quería tanto, qué hacíamos, vos imaginate. Y yo que lloraba como un hijo de puta y seguía diciendo cosas que ni me acuerdo, a los gritos, que cómo se me iba a morir mi gallego, que era como mi viejo, bla, bla. No te me riás, Soruyo. Y bueno, los hago pasar, destruido, y les empiezo a mostrar las cosas del viejo que tengo en casa. Las cosas que le fui afanando, negro. Pelotudeces, ahí las tenés, mirá lo que quieras. Las tengo todas juntas como trofeo, son mierdas que le fui cagando. Nada de valor, pero cosas que al viejo le jodieron: el rifle de aire comprimido, la foto de la madre de joven, hay un frasco con tierra del desierto también, qué sé yo, ahí tenés. Fijate lo que quieras, no me rompás nada. Cuestión que les muestro todo y les voy diciendo a los gritos que todas estas mierdas me las fue dando el viejo porque me quería mucho, como a un hijo. No sé cuántas pelotudeces les inventé. Uno de ellos me abrazó y lloró, me dio la impresión de que se quedó culpable de que el viejo buscó cariño en alguien como yo y ellos no le dieron bola nunca. Y pero negro, son las cosas que piensa la gente cuando se le muere alguien, al otro día ya se le pasa. Bueno, pero te imaginás cómo siguió la cosa. Me llevan a la casa del viejo, una baranda de locos porque el perro quedó encerrado en la cocina y les llenó todo de mierda. Les muestro una botella de vino por la mitad y les digo que se la había regalado yo mismo la noche anterior y que yo siempre daba el primer sorbo para ver si el tinto estaba bueno o no. De pedo que no me salieron con que eso era de ellos, sabés qué. Y nada, Sorongo, acá estoy, me dieron la tele, el aparato que te seca la ropa y los billetes que tenía el viejo en una caja. Mil doscientos pesos ahorrados tenía, qué me decís. Soy rico, negro.



jueves, 18 de noviembre de 2010

El fantasma de Pamela

Entra Juanca a mi pieza. Está incómodo. Le pregunto si quiere tomar algo y me caga a pedos por no tener el fernet que habíamos comprado ayer. Dice que sí a la cerveza. Cuando vuelvo de la cocina con los vasos esperaba encontrarlo acostado en la cama, pero no. Está parado mirando un póster de Charly García.

―No podías poner uno de más viejo, ¿no?

―Es de este año― le digo.

Me mira serio: ―Ya sé, Ana Paula. Te gasto.

Se sienta en la cama porque no hay asientos. Le digo que se puede sacar las zapatillas pero no me da bola. De coger ni hablar, Juan Carlos está muy raro.

―¿Dónde tenés los discos?― me dice.

―En el cuarto del fondo. Ni me jodas con ir a buscarlos porque hay que pasar por el patio y de noche no me gusta, está lleno de mugre y no se ve una mierda. Ah, no sabés.

Me mira, esperando, pero sé que mi anécdota le va a parecer pelotuda y ya se la cuento sin ganas.

―Nada, una cosa que me contó una amiga. Parece que el nene de la hermana, yo la conozco a la hermana y al nene, tiene cinco o seis años, bueno, parece que ve cosas. Dice que desde que se mudaron el pibe les viene diciendo que de noche ve un señor con cara de enojado en el patio, desde la ventana de su pieza. Obviamente la madre ni pelota porque es un patio cerrado, además cuando va ella no hay nada. La cosa es que el pibe insiste, siempre lo mismo, y agrega el detalle de que al señor le falta una pierna. La madre, o sea la hermana de mi amiga, se entra a preocupar y le pregunta a la vecina de al lado a ver qué onda. Y no sabés, la vieja le sale con que antes en esa casa vivió un tipo que le faltaba una pierna por un accidente.

―A la mierda.

―Sí, o algo de la guerra, no me quedó claro. Cuestión que en sus últimos días el tipo estuvo enfermo de no sé qué y el médico le dijo a la esposa que tenían que internarlo y ella no quiso, por pajuerana. ¿Y qué pasó? El tipo muere ahí, en el mismo cuarto donde ahora duerme el pibito. Y se muere re caliente, porque él sí se quería internar.

―Ah, ahora vos no me vengas con que no era por esto que no querés ir al patio a traer música, boluda.

―Nada que ver, es paja nomás. Igual mi patio es inseguro en serio, otra que fantasmas. Acá cada tanto se materializan chorros posta que se andan escabullendo por las terrazas. ¿No te dije que cuando le desmantelaron la casa al vecino me apareció un reproductor de dvd en el patio? Se ve que no se lo pudieron llevar y me quedó para mí. Ahí está, es ese. Diez puntos.

Juanca me sirve medio vaso.

―Son todos iguales, Paulita. A todos les gusta creer en mierdas como esta que me contás.

―Mirá, yo no sé si creerlo o no, pero no es el típico bolazo que le pasó al amigo de un amigo de un amigo de tal, Juanca. Esto le pasó a la hermana de mi amiga.

―Bueno, para mí le pasó al pendejo de la hermana de la amiga de una amiga, da lo mismo.

―Al pibito lo están mandando a la psicóloga.

―¿Qué culpa tiene, pobre pendejo?

―Sos boludo, Juan Carlos.

―Está bien, por ahí la psicóloga le saca algo. Es obvio que la vecina es una vieja loca que le metió cosas en la cabeza al pibe y a la madre. Fija. Otra no hay.

―Y, yo pensé lo mismo, pero andá a saber.

―¿Andá a saber qué? Es lo que te digo, ustedes gozan con esa intriga de que haya algo más allá, entendés. Ya sé que la vida es una mierda para muchos, pero no da andar inventando pelotudeces para creer. Esto es siempre lo mismo, se extiende a cuanta cosa me digas. Me decís que te gusta Charly García de viejo y tiene que ver con el mismo trauma.

―Pará, boludo, ¿qué mierda tiene que ver? Me gusta el tipo, me gustó siempre, desde pendeja. Tengo toda la discografía. No me va a dejar de gustar ahora porque está viejo. Es una cuestión de respeto también.

―Y bueno, ahí tenés. El respeto. Una cosa es el respeto y otra cosa es idolatrar a un viejo choto porque sí, no me vengás con que lo vas a ver tocar ahora y te vuela la cabeza igual que antes, ni me vengás con que te fumás todas sus entrevistas como si fuera un filósofo porque el tipo dirá pelotudeces como cualquiera. Pero es así, está bien, el argentino parece que quiere ser así. Uno es un capo o un boludito y esto se sella y listo, valor absoluto. No vaya a ser que uno tenga que levantar posiciones o argumentos nuevos todo el tiempo, una paja. Kirchner es el capo, Cobos es el pelotudo, listo, fumá tranquilo que sos de los buenos. Y sí. Después todo lo que sea reggae es buena onda, pero si escuchás música clásica sos un facho de mierda.

―Eso es cualquiera, querido. Lo que decís son verdades colectivas, se construyen. Además no tienen nada que ver con creer en un fantasma o no, eso es cosa de cada uno.

―Te digo que todo tiene que ver con todo. Simplifican la realidad y después le meten misticismos por todos lados. Y todo se relaciona con que se mueren de ganas de que exista un dios, de que exista La Verdad, manga de forros, evolucionen. Acá somos todos ateos pero a cada rato te salta uno con cintita roja contra la envidia o con la pelotudez de un fantasma o con que se muere un político tal y tenés que llevarle una flor porque si no sos una mala persona.

―Es para la buena suerte la cintita.

―Pero andáte a cagar.

Me asusta cuando se pone tan sacado. Voy a buscar otra cerveza y lo encuentro aburrido, jugando con el cordón de sus zapatillas símil Nike.

―No te calentés― digo. Me le siento al lado.

―No me caliento, boluda.

Es obvio que Juanca está resentido porque lo habrán rechazado en algún lado. Cuando salta así con estas cuestiones es por despecho, estoy segura. No sé qué decirle. Amago a acomodarle unos rulos y me saca la mano.

―Mirá esto –dice de golpe. Se corre un poco la media y me muestra un tatuaje que no le conocía. Es una lengua de los Roling Stones y abajo dice Pamela. Me cago de risa.

―¿Quién es Pamela?

―No tiene nada que ver quién es Pamela, la cosa es que me lo hice de pendejo.

―Pero contame, no seas amargo. Aparte es gracioso, una lengua y “Pamela”, ¿cómo era ese chiste de chu-pamela?

―Qué sé yo, la cosa es que ahora Pamela es una gorda teñida de bordó que ayuda a la madre a pintar las banderas para los de Racing. O sea, la Pamela de mi tatuaje no existe más, es un recuerdo de cuando éramos pendejos y listo. ¿Me seguís?

―Hay gente que cree en el amor para siempre, Juan Carlos. Podés ir a buscarla, teñirla de otro color y vivir felices hablando de las boludeces que hablás vos.

―No. Ves, no. Hay que estar preparado para que las cosas cambien. Si querés forzar la realidad te cagás de infeliz. Pero ¿sabés qué? Me diste una idea, Paulita. Tenés razón. Voy a agarrar esta mierda y voy a ponerle ChuPamela. Mañana mismo voy del rasta a que me arregle este tatuaje, se va a cagar de risa, vas a ver. Va a quedar piola con la lengua ahí.

Juanca me abraza, por fin.



jueves, 28 de octubre de 2010

Somos el fuego que nos consume

Acá está Juanca haciendo limpieza. Saca los pósteres de la pieza: uno de Luca Prodan, otro de la planta del faso, otro de no sé qué carajos y los lleva al patio.
—Hay cosas que van perdiendo el sentido —me dice—, viste, como cuando un gringo dice en una película o canta “I love you” en una de esas cancioncitas de cuatro por diez pesos de la radio.
—¿Perdiendo el sentido?
—Sí, tigre. Viste, no sé, como que cada vez que escuchás un “I love you” nacen veinte chinos o un periodista argentino habla de ‘periodismo independiente’, ponéle.
—¿Y qué tiene que ver el amor en todo esto?
—Serás pelotudo, flaco. No hablé de amor. Mirá esta mierda.
Me muestra una especie de cuadro, un auto con una mina muy buena que se ríe, todo muy rojo. Lo hace un bollo y lo tira en el patio.
—Me aburrió esto, flaco. Todo es gráfica. El arte visual es una mierda. Andá a buscar el fernet. —Se nota que está tenso.
—Estamos volviendo al siglo del ojete —sigue—. Todo es dibujito, fotito, grafiquito, loguito.
—¿Un atraso?
—Sí, como cuando los católicos usaban imágenes para atraer u horrorizar a la gilada. En esa época era normal que la gente no supiera leer, ahora se supone que lo normal es lo contrario.
—Pará, Juanca. Lo que pasa que el arte es una fuente inagotable de creación. Además suele reaccionar e innovar ante lo insensible de la sociedad. No importa si es gráfica, poesía, música; siempre fue eso.
Echa soda al vaso y se chupa la espuma.
—¿Sos comunista ahora? Como esos pibes que la van de zurditos por usar Linux en sus costosas máquinas cuando la mejor venganza contra la sociedad es piratear. Un perro rebelde es el que con la panza llena muerde al amo, viste, como Duhalde o Cobos.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—No jodas, flaco. Una seña moderna es que todo busca la imagen. Los músicos, los poetas, los periodistas, todos van a la imagen. Me tienen podrido.
—Yo diría que hay mucha poesía, che.
—¿Poesía? El poeta vive de la imagen. Si vos los ves ahí, cariacontecidos, con esa postura de entes incomprendidos escribiendo fotogramas. Un poeta escribe que ve caer una gota de lluvia mientras el fuego se desenvuelve en el cielo crispado; mal rayo lo parta.
En el patio se está fresquito. Está la bola de papeles y unas cosas que sacó de los muebles, todo acomodado en una pila. —Poesía el movimiento de la noche —dice.
—Todo es poesía, Juanca. Tuíter, Féisbuc, el noticioso, los mineros chilenos, mineros poetas.
—Los rolingas, flaco. Arte viviente el rolinga.
—¿Qué pasa con ellos?
—Los de la esquina se afanaron un auto el otro día. Cuando lo desmantelaban se dieron cuenta de que tenía un GPS.
—Ahora resulta que para vos chorear es arte.
—No. Se ofendieron porque el aparatito marcaba sus casas como zona peligrosa. Se sintieron discriminados, parece. Eso es poesía.
—Mirá, Juanca, vos no tenés en cuenta el arte. De pronto nos encontramos conmovidos ante una obra en un doble juego por un lado intelectual y por otro espiritual. La obra de arte nos presenta un orden ajeno, libre de nuestros propios conceptos de orden, pero que a la vez nos atrapa, nos conmueve. De esta forma, uno no puede explicar una obra de arte, no puede abstenerse; participamos de ella y estamos a su disposición. No sé si me entendés. Podés ver miles de minas con cara de boludas que se ríen, pero te parás delante de la Gioconda y es otra cosa.
Creo que lo convencí. Ahora mira las paredes vacías de la pieza.
—Eso suena muy maricón —me dice—. El otro día me cortaba las uñas de las patas en la puerta de casa y pasó un rolinga en bicicleta que llevaba una gallina en el canasto. Una voz que decía “recalculando, recalculando” llamó mi atención. Parece que iba con el GPS, cagate de risa.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—A los pocos minutos aparecieron unos jipis. Dijeron que se les habían metido por el fondo, que debía ser más de uno porque oyeron a una mujer con acento español, que les faltaba una gallina. Les dije que qué barbaridad estos gallegos ilegales que vienen al país a robar gallinas.
—No te entiendo, Juanca.
—Sos boludo. Está el orden que decís vos, el que nos libera y conmueve. El rolinga con GPS aprende a conocer el barrio, flaco, se libera. Podés ver miles de boludos lo más campantes en sus autos con una galleguita que les habla, pero un rolinga en bicicleta con GPS y una gallina es otra cosa. El poeta novato quiere jugar con la literatura, pero la literatura no juega; a la larga queda como un boludo romanticón.
Ahora trae una puertita de alambre, la deja en el patio y me dice que le alcance unos ladrillos.
—Esa misma noche se hicieron un asadito en la vereda, flaco. Si eso no es poesía yo soy la Gioconda. Traé hielo.
—Vos no tenés corazón, Juanca.
Prende fuego la pila de cosas y dispone los ladrillos de manera que la puerta queda sobre las llamas de colores. Sale un humo feo.
—Arte vivo el fuego que nos consume, flaco. Traéte los choris y los chinchulines que están en la heladera.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Hormigas sin yo

No me entendés, querido. No es que no tienen que existir los darks. Yo digo que no entiendo cómo no se dan cuenta. Tomáte otra birra que me hacés sentir mal. No, pero oíme, un tipo no puede sentirse hecho por decir soy dark, soy motoquero, soy rolinga, soy de racin. Bueno, ponele esos si querés, a vos te gustan esos modernos de colores porque sos un piantado, pero da lo mismo, es todo lo mismo. Es lo que te estoy diciendo, gente que necesita pertenecer a algo. No, no es obvio. Yo no entiendo cómo es que no piensan en eso. Eso, que buscan un círculo cerrado para distinguirse, identificarse. Odio a la gente que vive identificándose y toda la pelotudez. ¿Estás soplando la cerveza, boludo? No, no me seguís, yo hablo de conocerse a uno mismo, de definirse a uno mismo, pero oíme, ¿de qué mierda están hablando? ¿Me vas a decir que esas hormigas que tenés ahí saben que son hormigas, que les interesa, que se sienten orgullosas de estar en ese hormiguero y no en el de enfrente? En el momento en que una hormiga agarre y diga "sí, loco, yo soy de acá y no de allá, miren" se les va todo al carajo. Una vez que te creés poronga por pertenecer a lo que sea, te pusiste unos límites que ya no te dejan pensar. Todo lo que pienses va a ser paja, paja comunitaria, como mucho, pero paja al fin. Fijáte si no que para escribir lo que sea te tenés que olvidar de lo que sos vos. Te lo juro, preguntále a tu hermana. Serás pelotudo, dejá las hormigas ahí, lo dije por decir. Mirá que a mí el pedo me hará decir boludeces pero vos te ponés destructivo, eh. ¿Qué culpa tienen los bichos estos? Mirálos ahí, dejáte de joder.

lunes, 4 de octubre de 2010

gato cagando

Ramiro cierra el comentario diciendo no sé qué de un gato cagando. Como siempre, deja de hacerse cargo de su argumento y abandona la conversación con alguna pelotudez. Pero hay algo escondido en esa última frase. Qué mierda esta gente.
No sé, no sé cómo caga un gato ni me interesa le digo.
Pero posta: ¿cómo caga un gato? Me acabo de dar cuenta de que nunca en mi vida vi un gato cagando. Perros sí vi cagar a montones. Uno mira por la ventanilla del bondi y ahí están, unidos a su dueño por una soga y al asfalto por su sorete. Pero puta madre, mirá qué animal enigmático el gato, che.

domingo, 3 de octubre de 2010

Poni desahuciado

Ah, no. No te la puedo creer, Osorio. ¿Sabés qué? Nada, yo vendo la empresa y me pongo un kiosco y se van todos a la concha de su madre. Cómo que qué pasó. Que son unos pelotudos de mierda, eso pasó. ¿Viste los planos? Acá está, mirá. Te das cuenta. No te das cuenta. Acá, ¿ves? Acá está el original y éste es el proyecto. No me vengas con el ingeniero, Osorio. El ingeniero las pelotas; esto está como si lo hubieran medido con la pija. Yo me busco un ponja y me pongo una tintorería. O no, un Lave-rap, y si vos y el otro pelotudo del ingeniero me traen la ropa se las prendo fuego. La señora Echegoyen me mata. ¿Cómo le digo que hay que parar la obra porque el boludo de mi contratista y el retardado del ingeniero no saben agarrar un metro y medir un terreno? Sí, el quincho va ahí, la pileta, bien. No seas pelotudo, Osorio, qué carajo me importan la mesita con las sombrillas ahora. La parrilla, ¿la ves? Ahí va la parrilla. Quince lucas de parrilla tenés. Ay, dios. Yo me pongo un lavadero de autos con cuatro negros y tres locas, y si vos o el otro tarado me traen el auto se los incendio. Mirá el espacio libre. Ahí están los arbolitos, Osorio. Los arbolitos. Mirá lo que tiene ahora de pasto y mirá lo que pusieron en el proyecto. Una mierda. El cliente garpa, no vos y el otro infeliz. Decime una cosa, cráneo, ¿qué hacemos con el poni de Echegoyen? ¿A ver? No, no, no. Cómo le digo a esta mujer que dos inútiles le desahuciaron el poni. Me pongo una remisería y se van a la mierda, che.

martes, 31 de agosto de 2010

Borracho muere electrocutado

Como un yuyo la silueta de Alcides Pedrera interrumpió el horizontal desolado del andén. Portaba expresión de mufa por déficit en los naipes y la borrasca de una curda amarga pero consciente que le hacía de escafandra del marote. La tarde era un pájaro granate que piraba del cielo; el presagio, —la gorda me va a poner el grito—. Sin otra esperanza que el soplo del último pucho tanteó el encendedor en el bolsillo. Un bondi tascó el asfalto allende mientras el chasquido del fuego, y que el brumoso irse del tabaco le sobrevolaba el pelo seboso. —Mala leche— gargajeó como gruñe un perro y quitó el residuo espumarajo del mentón sin afeitar con el pulgar colorado por el frío; siguió un siseo obtuso que quiso ser silbido y ahí nomás el recuerdo de la cara del Pocho tras el envés cuadrillé de la baraja —hijueputa culón—. Una puntura fortuita le anunció la meada imperativa mientras un contrapunto femíneo le pasaba de largo: absortas en coloquio dos señoras rumbearon a la punta del andén en busca acaso del privado o por recelo: —viejas chotas— y la micción venidera le apartó del seso el fanfarrón ganarle del Pocho. Relojeó con un discreto inclinar de cogote las posibles presencias que no eran. Un ronroneo corto fue el bajar la cremallera. Peló el ganso. —Serás pelandrún, Alcides— el flash altanero del Pocho en fantasmal intermitencia —la bruja me va a poner el grito— la vejiga como el desinflarse de un balón y el alivio en forma de piolín líquido a las vías el chiflar del viento la noche metía primera la cara del próximo tren la bruma ciudadana dos viejas de chamuyo a escasa lejanía y pishar —no seas boludo y plantáte. La gorda me caga a piñas— una décima de segundo la mujer de sus ojos y la sensación como si el tren que alcanzó a ver se le metiera por la pija y un panal de avispas al cerebro. Fue que qué barbaridad el chamuyo aterrado de las viejas. Un tren surgía de la tarde muerta con la tenacidad de la noche.

jueves, 19 de agosto de 2010

Manto de humo de la memoria

Acá está Juanca en el galponcito del fondo. Tiene un tarro repleto de bolitas que guarda de la infancia.
—Mirá éste, flaco, es un bolón lechero; nos matábamos por ganarnos uno.
Le brillan los ojos. Se trata de una bola de vidrio blanca con manchitas azules que ahora guarda en el bolsillo. Salimos por el pasto.
—Che, Juanca, vos no conociste a la dientuda, ¿no?
—Todos los de esta edad tenemos un bolón lechero y una dientuda, flaco. No.
Ahora nos sentamos en la mesa del patio. Sirve los vasos de fernet y dice que cada uno le echa la soda que quiere, que con coca cola es de putos. Yo recuerdo a la dientuda; no sé si contarle.
Era una pendeja de la facultad de hace tiempo. Una mina que andaba retrotraída en su mundo de sensaciones y nadie le daba bola. Fue en el último verano que se puso las tetas. La encontré en la estación y estaba radiante.
—Yo no entiendo esa manía de la gente —arranca— de pretender dejar una huella, algo. Viste.
—Es normal. Vos fijáte que los animales se reproducen y perpetúan la especie.
—Ahí está; sos un pelotudo —dice mientras saca el bolón lechero del bolsillo y lo pone sobre la mesa—. Los animales son otra cosa. Acá sabemos que el ser humano es distinto desde el vamos. No necesitamos hacer todo lo que hay que hacer porque siempre hay otro que lo haga por nosotros. Entonces vos sabés que si querés escuchar música, ponéle, no hace falta que te compres una guitarrita porque ya hay alguien que sabe tocarla. Ponés un cedé. Viste. Nosotros tenemos la cultura. No se supone que lo esencial de la vida tengamos que hacerlo con los genitales, flaco. Media pila, eh.
Está algo tenso; espero a que el fernet lo sosiegue un poco. —Está linda la tardecita, Juanca, ¿no cierto?
—Sí, flaco. En el barrio uno está tranquilo. Ahora que baje el sol se despiertan los rolingas de la esquina y se escuchan los tiros y las sirenas.
Prende un cigarrillo y mira la pared al fondo que se eleva dos metros por sobre el techo del galponcito. Parece que atrás hay un baldío. —Tuve que levantar la tapia con estas manos, flaco. Los rolingas, viste, se te cuelan y te chorean.
—Te cuento. No te cuento. Ma’ sí. Resulta que a veces me acuerdo de la dientuda, de ese día de la estación de tren. Había sol a la tardecita y casi nos chocamos. Venía como contenta detrás de las tetas. Yo me estaba por mudar con mi novia. No sabés.
—La teta es psicológica, flaco, —me interrumpe— yo prefiero en la cama un tigre rabioso o a un travesti con sida antes que a una mina que quiera descendencia, me copiás. Un par de tetas son causa de mucha cosa fulera también.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Nada, flaco, es que cuando te veo venir romántico se me suben las burbujitas de la soda al tímpano izquierdo.
—Pará, Jota Ce, que yo iba al hecho de que cuando uno está contento, no importa el motivo, está para reventar la calle, para la cosa feliz.
Ahora me muestra una gomera que estaba colgada en el respaldo de la silla. Vuelve a servirse fernet.
—Mirá, flaco, ésta es de cuando era pibe, de Peteribí. Hace unos meses compré goma de cirugía, viste, la de los hospitales, y la armé de nuevo. Re tira, loco.
Está pensando. Estira la goma mientras mira en el cielo la nada de la tarde. Es un tipo muy cuidadoso y pensante. Nadie lo ha visto trabajar.
—Bueno, la cosa es que la invité a una cerveza, che. Vos me vas a decir que soy un pelotudo, pero cuando nos miramos ahí en la vereda frente a frente ambos sabíamos que nos habían agarrado unas ganas bárbaras de hacernos mierda en algún telito toraba de la zona; lo único que pude decirle fue de ir a tomar una cerveza. Ni siquiera me acordaba el nombre, Juanca, mirá vos.
—Sos un pelotudo, flaco.
—Sí. Bueno, y nos mirábamos mesa de por medio y pasó la catástrofe; me acordé de Mirta, de que nos íbamos a mudar juntos, de toda esa papaleta mental que uno firma solito. Igual, a lo que iba es que qué loco que una mina como ella, timorata, dientuda, mal empilchada y medio rasposa, por el solo hecho de ponerse teta iba con aires de diosa. Y yo venía contento, de ganador, porque tenía a una mina que me aguantaba así como me ves. A veces la vida y el tren te ponen en sitios inoportunos, Juanca.
—Macri debería hacer algo con la estación de tren, flaco, y con los pelotudos de feria como vos.
—¿Y qué pensás que tendría que haber hecho?
—Nada. Hay cierta cosa oscura que rodea la muerte. Cojer no es tanto lío. Te digo más, la muerte es una cortina de humo en cuya abstracción caemos para evadirnos de cosas más difíciles.
—¿Y cuáles son, Juanca, esas cosas?
—Hay mucha cosa. El casamiento, ponéle, usar una Blackberry. No hay religión que no pretenda apoderarse de la muerte y del casamiento, pero estos filósofos de cuarta siguen pensando en la muerte mientras las minas les clavan las guampas. Vivimos engañados. Ahí viene el gato.
Ahora se queda quieto y me señala el animal. Se hace un silencio que me para los pelitos del brazo. No entiendo bien qué carajos quiere decir. Presiento que Juanca me va a rematar la charla con alguna reflexión importante.
—Es cosa de histéricos lo que hiciste con la minita, flaco. Las fieras tienen el objetivo cabal de mojar el ganso, viste, garchan y se van. A vos te gustó el jueguito de “mirame pero no me toques” igual que a esa pendeja del orto. Menos mal que te chupaste la birra.
—Qué insensible de mierda. Yo te digo que fue amor. Es como eso que te acordás siempre, qué sé yo, como cuando vas a dar el parcial, salís y te das cuenta de que en vez de poner jota pusiste equis; sabías la respuesta correcta, pero como un pelotudo pusiste equis. Pasan los años y te seguís acordando del parcial.
—Parece mentira, flaco, que para explicar algunas cosas sigamos recurriendo a la biología.
—¿Lo decís por eso de la reproducción?
—Ni más ni menos. Ese gato viene a garcharse a la gata de la vieja de al lado. Me gusta tirarle hondazos. Hace unos meses le di en el culo y dejó de venir. Parece que se olvidó.
—Es un lindo animal, Juanca.
—Muy. Pero no es tan puto como vos; sabe a qué viene. Mirá qué imponente luce sobre la pared, flaco. Cuatro metros de alto. De acá hay casi veinte metros. Los Simpson son la influencia burguesa. Todos somos burgueses en el fondo. Si vamos a reproducirnos como animales deberíamos asumir la muerte como tales.
Siempre me tira frases para hacerme pensar. No entiendo lo de los Simpson.
—Me perdí un poco, che.
—Carburá un poco, flaco, —juega con el bolón mientras me habla— lo que te pone tenso es la calentura del momento. Yo nunca pude cojer al revoleo por una cuestión de percepción, viste. Hay una darketa que por treinta mangos te da unos conchazos bárbaros.
—¿De percepción?
—Sí. Tengo un olor a pata de la gran puta. Ir al telo con una desconocida me da mucha vergüenza. La mentalidad burguesa de Homero Simpson es esa cuota de tara mental ganadora. Nos hacen creer que cualquier boludo es un ganador, un langa que da lecciones fáciles de vida. Pero vos no, flaco. ¿Cuánto hace de lo de esta minita?
—Y qué sé yo, loco.
—No te hagas el otario. Dale.
El gato anda por la cornisa con la cola vertical. Juanca agarra el bolón y lo sujeta con el cuero de la gomera y apunta mientras ejerce la tensión máxima. —Me gusta tirarle y ver cómo se caga de miedo —dice contento.
—Diez años siete meses y doce horas, más o menos —contesto.
—Sos un pelotudo.
El gato oye el chicotazo y mira hacia nosotros (no nos había visto), pero es tarde. Oímos un ruido como cuando el batazo del béisbol manda la bola al carajo y vemos que el animal estira las patas traseras y levanta una de las delanteras antes de caer del otro lado de la pared. Le dio en cabeza, parece.
—Uy la puta que lo parió creo que lo maté.
Está como triste. Levanta el vaso y observa el contenido. La tardecita se va del cielo.
—Viste lo que son las cosas del pasado, flaco: están ahí escondidas hasta que te dan el golpazo en la sesera.

lunes, 2 de agosto de 2010

El perfil apendejado del posmoderno

El famosísimo cuento del chabón que salió a comprar fasos y no volvió hoy está más vigente que nunca. Uno de estos días voy a tener que agradecer a los kiosqueros de esta mugrosa ciudad por haber dejado de fumar. El tema es más o menos así: vas a comprar cigarrillos de 5,25 pesos el paquete, pagás con billetes y te tenés que comer el garrón. Le das 6, 7 pesos, 10, ponéle, y te tenés que aguantar el sermón o la cara de ojete. —¿No tenés una moneda? —te increpa el desgraciado desde su jaulita. La mitología urbana debería haber escrito volúmenes acerca de este fenómeno social. Se dice que los fasos dejan poca ganancia y entonces estos cretinos se fastidian al “desperdiciar” el cambio con el cliente fumador. Una vez pregunté a un kiosquero conocido el porqué de este fenómeno. Me dijo que —lo que pasa que ponés mucha plata en los fasos y te dejan poco—. Le dije que entonces no vendiera. —No, flaco, el cigarro tenés que venderlo porque el tipo que te viene a comprar se lleva otra cosa, te sirve como gancho, ¿entendés, eh? —me contestó el muy psicópata y yo le dije que entonces se dejaran de joder. Pensemos en el razonamiento: nadie quiere vender cigarrillos pero están algo así como obligados a venderlos. Mirá el problema de esta gente, ay. Pero te rompen las pelotas. En Triunvirato y Monroe compré puchos y cuando me iba escuché que uno decía al otro “no des monedas cuando te compran fasos, che; si no tienen cambio que vayan a otro lado”.
Mirá lo que son las cosas. Si nos ponemos a pensar, el tipo que fuma es algo así como que quiere pero no quiere, como que está obligado a fumar en una relación como la del diabético y la insulina. Además el fumador es un hincha pelotas que necesita cosas y lugar y aire para hacer mugre. Es muy probable que en realidad nadie quiera fumar, máxime aquel que lleva años haciéndolo y que suele preguntarse si no sería bueno dejar. Entonces podríamos poner al cigarrillo en la enorme bolsa de las necesidades creadas y como paradigma de este horroroso panfleto.
Qué loco que eso de inventar necesidades sea la principal invención del capitalismo. Tenemos sociedades basadas en pelotudeces donde el sentido de utilidad se esfuma entre lucecitas de colores. Y me gustó el tema del faso, che. A ver, empezamos a fumar porque nos obligan; ahora no tanto, pero en una época era algo así como el salto a la adultez. Entre tanta paja uno se ponía a fumar para ser pulenta. Tenías propagandas en televisión que ahora indignarían a media sociedad. Los kioscos tienen cartelitos de que no venden fasos a menores de dieciocho, son el bastión de las cosas inútiles que además joden el paisaje. Hay que ver la mugre en la ciudad que sale del kiosco. Botellitas, papelitos, cartoncitos, plastiquitos; la gente va, compra y tira. Mirá las paradas de bondis, las estaciones de tren. Además la gente tiene sed y toma bebida coloreada, tiene hambre y come un alfajor; tenés yogur con gusto a banana para evitar comerte una banana.
Hay que mover el mercado para movernos. Hay que progresar, producir, ir para adelante comprando y vendiendo cosas y, por lo tanto, necesitando y satisfaciendo la necesidad. Como el cigarrillo: tenés necesidad, fumás y te quedás esperando a que te vuelva la gana hasta que esta gana ya casi no existe, pero fumás. El coso del kiosco está al acecho construyendo una sub-comunidad de necesidades pendejitas. Los jipis del siglo pasado tuvieron clara una idea comercial: el sexo fácil. Te dicen de la libertad, del sexo “libre”, pero todo eso son patrañas. Ya había jipis en la época de Platón; no sé, Antístenes, digamos, pero ahí el sexo no tenía problemas. De hecho, en esa época había más problemas con el amor y la política que con el sexo. Los jipis de la guitarrita y la barbita que se colaban una pepa para cojer fueron oportunistas y precursores de una nueva necesidad. Vos fijate que ni bien se propagó el internet en las casas, lo primero que empezó a pulular fue la pornografía. Siempre es de noche en internet. En mi adolescencia la pornografía al alcance de la mano, gratis, era una quimera. Ahora ponés “Wanda Nara en concha” en el Google y sanseacabó. UY NO, BOLUDO, si googleás eso venís a este blog. Decía, la libertad pasa por la obligación de comprar cosas. La tecnología te sirve para no quedar fuera del sistema. ¿No consumís tecnología? Sos un menonita de mierda, un lúser. Querés pero no querés. Querés un celular para querer suicidarte si nadie te llama pero de última podés mirar videos cuando vas en el bondi. Si la tecnología es buena para solucionar problemas entonces hay que inventar problemas. ¿No tenés problemas? No existís, man, pensá un poquito y vas a ver que por unos mangos tu vida podría ser un poquitín más cómoda; si no pensás esto podés ir al psicólogo. Yo creía que la comida era algo de primera necesidad hasta que miles de africanos hambrientos armados con AK-47 me convencieron de lo contrario. Bueno, tal vez África no exista en realidad y sea un invento de los europeos que parece están preocupados porque, aun siendo muchos y sin tener lugar, les da por cojer con forro y dicen que no van a tener quién labure (como si realmente laburaran estos hijos de puta), mientras que allá los negros tienen muchos hijos y les da por morir jóvenes, lo cual constituye la envidia del europeo que no se quiere morir ni de pedo ni de viejo. A dios le cortaron el cable y se mató. El forro del kiosquero dice que el kiosco lo tiene esclavizado y que no le da para cambiar el auto; debe ser por esto que me rompe las pelotas a mí. Tres muertos y un herido de bala al mediodía: la noticia de violencia es la mejor manera de estar pre-ocupado sin hacer nada. Miles de gringos compran armas con la oculta intención de rajarse el cerebro de un balazo. Anuncian frío polar para mañana y la del quinto B está preocupada por su Caniche Toy. La burocracia bien entendida empieza en casa. El posmoderno despliega su laptop sentado en el inodoro. Todos queremos pero no queremos ser unas putas.
Acá me sopla Juanca que la sociedad es ese incendio enorme que hemos creado y nos estamos matando a paja para apagarlo a puro bukkake, y nos re cabe.

miércoles, 21 de julio de 2010

El desafío de Palermo.

No, me fue como el culo. No sé, los tepés los tenía bien, la cosa es que quieren asegurarse de que tengas todo fresco en la cabeza. Las bolas, no, no me acuerdo de nada. Mandé cualquiera, se dieron cuenta. Igual no sé, no vi la nota, después me fijaré. Por internet te podés fijar. Pará, te decía que hoy unos chicos viajaban en el colectivo y pasamos por un lugar que se ve el congreso. "Mirá, ése es el congreso". "Ah, ¿sí? Nunca fui". "Sí, mirá, todavía están los micros". "Los micros de la revolución gay". Me tuve que aguantar la risa. Revolución gay. Es que me olvidé el libro, boludo. Me embolo yo en los viajes y no puedo ponerme a pensar en cosas como vos. Perá que hay más. Uh, pero si estás al pedo también, qué te hacés, bancá que te cuente más así me descargo, que sigo nervioso por el coloquio. Sí, es como un coloquio. ¿Pero por qué te interesa lo de la facultad y lo de los chicos del colectivo no? No tiene nada que ver que no los conozcas. A mí me entretiene mucho más. Y uno empezó a contar que un pariente de él fue al "desafío de Palermo". Los otros no le daban bola. "Eso de patiar una pelota de un edificio a otro". "Lo de Gillette". Yo quería pararme y decirle "CONTÁ POR FAVOR ME MUERO". O sea como que estaba posta el edificio con la pelota y el edificio con el arco. Seguro que lo dieron por la tele, pero no vi nada. Y vos ibas ahí y pedías "quiero hacer el desafío". Y te daban una pelota y una gorra de Gillette. No, y vos tenés que patiar. Y decís "uuuuh caaaasi por un poquitito". Y te dicen "sí, sí, pasá a firmar abajo". Y vos como que estás así medio comprometido porque te animaste a hacer semejante pelotudez y buscás miradas cómplices. Y ves que hay gente en una fila que también quiere, y les decís "cuidado con el viento", "si me dejaban una vez más la metía". Ya sé, esto es lo que me imagino del coso, si te digo que no lo vi. ¿Qué tiene? Los chicos esos se bajaron, qué sé yo. Hablemos de tus cosas, a ver.

lunes, 19 de julio de 2010

A ver.


A ver si empezamos con el pie derecho. Viniste por morbo. Seguramente encontraste el enlace y dijiste algo así como “a ver qué dicen estos pelotudos” o pensaste que te cagarías de risa de alguna fotografía maricona o de un videíto del perrito con el sobrinito. Sabemos que no te gusta leer. No, no te asustes; es normal. En estos tiempos nadie quiere leer. Es como si pretendiéramos que nos inserten un chip en el bocho y listo. O no, por ahí nos gusta opinar al pedo pero con gracia, decir cosas; nos gusta que nos escuchen y entonces hay que leer algo para tener tema. Y a la mierda. Te rompe las pelotas que te hagan leer en el colegio, en la facultad. Estudiás cualquier cosa y tenés que tragarte el libro que escribió algún insoportable en el año del orto y, para peor, el tipo ya murió y no lo podés putear. Tenés el diario que menos mal que ahora está en internet, porque antes encima te tenías que aguantar ese formato de papel horroroso. Bueno, ahora es cuestión de joderse con esos garabatitos y fotitos y huevaditas hechas en flash que salen en las ediciones digitales. Leés (por morbo) que un quía acuchilló a la jermu mientras te aparece la cara contenta de un boludo que te vende un teléfono que saca fotos. Nadie lee.

Te digo más: suponte que tenés una reunión en lo de un tal Juan Carlos; vas por el barrio, tenés la dirección y te encontrás con que una calle se llama “Combatiente de Malvinas”. ¿Quién fue el hijo de puta que puso ese nombre tan largo? Mirá lo que te hacen leer. Te hincha soberanamente las pelotas enfocar y asimilar “Combatiente de Malvinas” en el cartel porque es largo. Que pongan, no sé, “Freire”, “Cuba”, “Gil”, “Tirame la Goma”. Ahí está: Si vas a leer un cartel de muchas letras, que te hagan la calle “Tirame la goma” que al menos te causa gracia o te sorprende. «Juan Carlos vive en Tirame la Goma al mil setecientos, esquina Freire». Punto. Pero te obligan a leer al pedo, a gastar la vista en nombres largos de calles.

Está el culto a lo literario y te dicen que leer te transporta, que te culturiza. Mirá vos. Yo voy en bondi y cuando puedo me duermo. Además suele pasar que uno lee y no entiende un carajo. Andá a leer al forro de Joyce. Ay, sí, Ulises. Es una cosa de locos: un boludo escribe un ladrillazo inenarrable que ni él entiende y después generaciones de pendejos se ven obligados a leer esa mierda por los siglos de los siglos. Pero dijimos que el morbo te transportó hasta acá. El sexo es el mejor medio de transporte. Ponéle que estás en una pieza, solo, y se ponen a garchar en la habitación de al lado: en una de ésas te calentás, te imaginás lo que están haciendo, te dan ganas de garchar a vos también. Vos fijáte lo que es la mente humana: garchaste anoche, estás cansado o en otra cosa y se te ponen a garchar en la pieza de al lado y ya te calentaste. Eso es poesía. Que venga Borges. Sos capaz de pajearte ahí mismo. Y hay más: puede darse el caso de que los de al lado lo estén pasando mal, no sé, al chabón se le bajó o es precoz, están en una posición incómoda, la mina es frígida, qué sé yo; pero la cosa es que a vos eso te transportó; te gusta garchar y sabés que hasta mañana o pasado no te toca, pero tu cerebro dice que estás caliente y suponés que te estás perdiendo de algo, casi te convenciste de que estás garchando vos también. No hay vuelta de hoja. Chau.

Lo que da ternura es que haya gente que cobre por escribir. Esto quiere decir que hay otro tanto que paga para leer. Acá no entendemos cómo mierda alguien puede pagar para hacer semejante cosa. Verbigracia y ya que estamos, ese pajarraco amargado y chillón que es J.P. Feinmann dijo textualmente: “NO HAY PELOTUDO QUE NO TENGA UN BLOG”. Ahí la tenés, con mayúsculas y entre comillas como corresponde. Muy bien, ¡Feinmann!, tenés razón; no te digo que te vamos a dar el premio a la ocurrencia o a la revelación científica del año pero, aunque eso no nos define gran cosa, te damos la derecha. No hay pelotudo que no tenga un blog y cualquier pelotudo tiene lo suyo. No te digo que vamos a mandar una carta al dueño de Google para pedirle que prohíba los espacios como éste, ¡Feinmann!, pero desde acá te mandamos un beso y nos cagamos de risa y decimos que ni en pedo leeríamos tus libros de mierda; ya hay mucho de eso, hay lo mismo de eso que pelotudos con blog.

Un amigo escribió un cuento cuyas dos primeras carillas describían a un vendedor de diarios. La imagen era minuciosa: estaban la ropa, la cara, las manos gruesas, los gestos, el colorido variado del puestito, los zapatos gastados, el piso mugriento, los pasos fugaces de los transeúntes, etcétera. Muy bien, Juanca, te pasaste. Ahora, entre nosotros, ¿por qué no le sacás una foto o lo filmás con el telefonito y me dejás de joder? ¿Acaso te creés una especie de documentalista del Discovery Channel? Meté entonces un Heloderma Suspectum o algún otro bicho repugnante y no visto. Ahí tenés un ejemplo de por qué la gente no lee: porque algunos escriben cosas que ya todos sabemos. Qué hijos de puta, che. Al menos el fotógrafo, ese vago, tiene el Photoshop. Porque si me decís que el diariero de mi amigo Juanca tiene algo que merece ser destacado, un suponer, es extraterrestre, católico, trava, gobernador de Tucumán, no sé; no te cuesta nada escribir en una línea algo como “el del quiosco de diarios es un travesti de cincuenta años”. Punto. Después me contás lo que pasó.

Por todo esto y porque, repito, sabemos que sólo el morbo puede hacerte leer este blog te decimos que en eso estamos. Esto no es un diario íntimo. No te vamos a agasajar, no pretendemos conocerte ni que nos conozcas. Intentaremos, eso sí, que aun cuando te caigamos muy mal nos recuerdes y tal vez comentes en alguna reunión algo como “miré la página de mierda de unos hijos de puta y me cagué de risa por no llorar”.