domingo, 30 de enero de 2011

En la mente el rigor de la naturaleza

Juanca tiene un lavarropas viejo que parece un barril oxidado. Metió una tanda de pilchas y el catafalco se sacude feo. Ahora se sienta y agarra una Playboy de 1984.
—Qué épocas, flaco, fijáte ahí en la concha; todavía se usaba pelo —dice.
—Ahá.
Son las tres de la tarde y parece que se viene una tormenta. Hace calor.
—No sabés, Juanca. El otro día fui a una reunión del féisbuc.
—¿La pusiste?
—Pará. Había unas minas bastante buenas, algunos nerditos, un par de poetas y un grupete de neojipis.
—La pusiste.
—Dejá que te cuente. Yo a lo que iba es que todos estaban como en pose, viste, como guardando la forma.
—No me caminés, flaco. No la pusiste, ¿no cierto?
—No todo es sexo, Juanca.
Dobla la revista y la tira sobre la mesa. Va y abre la puerta que da al patio; el aire fresco trae olor a tierra mojada. —Tenés razón —dice—. Andá a buscar el fernet y una morcilla que hay en la heladera.
—¿Vas a hacer asadito?
—No te funca el embrague, flaco. ¿Cómo voy a hacer el fuego con la conchada que se va a largar? No te olvides de la soda y el hielo.
Corta rebanadas de morcilla y las va comiendo mientras sirve los vasos.
—Así que seguís en la pelotudez del féisbuc.
—No. Bueno, sí. Pero la cosa es que en la reunión estaba el clima como forzado, viste.
—Peligroso móvil el internet, flaco. Mi cuñada fue víctima de la pornografía infantil.
—Querrás decir tu sobrino, Juanca —me pongo serio.
—Mi sobrino, sí. En mis épocas por mucho menos le habrían bajado los dientes de un sifonazo.
—No entiendo, Juanca. ¿Tu sobrino fue víctima de un degenerado?
Se fastidia. Traga de golpe, eructa fuerte y golpea la mesa con el culo del vaso.
—No te da. El pendejo filmó de canuto a mi cuñada garchando, es decir, a los padres. Subió el video al internet. Trece añitos, flaco.
—Jodeme…
—Cualquier nardo es periodista, cualquier pendejo es camarógrafo.
—Bueno, pero te decía de la reunión. Parecía que todos hacían un personaje, pero con cuidado.
—Ah, claro. Todos tenían una careta menos vos, ¿no cierto?
Ya me lo veo venir. Juanca es un antisocial generalmente malhumorado.
—No, Juanca. No sé. A veces uno se da cuenta de que en realidad pasa otra cosa que no se ve. Vos no entendés de esto porque la última reunión donde estuviste fue tu cumpleaños dieciocho.
—No jodas, flaco. Es el bocho. Tu cerebro armó una imagen de esa gente, imagen que acaso no se correspondía con la realidad. Entonces cuando esa cosa ficticia se corporiza se te cruzan los cables. Tené cuidado con el ACV.
—¿Y cuál es la realidad?
—Que no mojaste la chaucha, boludazo.
Va hasta el lavarropas que chorrea espuma. Lo patea y deja de chorrear. Hay un charco medio anaranjado por el óxido.
—La población es esquizofrénica —arranca—. Ponéle un chabón que está en el laburo y es el señor equis, va al bar con los amigos y es jota, va a la reunión de padres y es hache, en la casa con la jermu y los pibes es efe, espera a que se vayan todos a dormir y se pone a boludear en el tuíter con algún nick pelotudo y es cu. Un buen día le salta la térmica, se tilda y no sabe quién carajos es, va al médico que le dice del estrés y entra a tomar pastillas; tarde o temprano se pone a hacer terapia con algún psicólogo que está igual que él, empieza a garcharse travas o se hace evangelista, flaco. Y manda esos mails pelotudos a todos los contactos.
—Uh, che, ¿es para tanto?
—Ahora lo oculto sale a la luz, por eso aumentan los servicios.
—¿Lo oculto?
—Sí, flaco. Fijáte que te pasan propagandas con bacterias, bacilos, virus, células, moléculas. Te venden un frasquito de comida para astronautas diciendo que tiene tal microbio que te regulariza el orto, un champú que ataca las bacterias de la seborrea, un flit inmundo para deportistas que te fortifica el hematocrito, jabón que mata el noventainueve por ciento de las bacterias. Como si uno todos los días viera una bacteria, un gonococo o un leucocito.
—¿Y eso qué mierda tiene que ver con mi reunión, Juanca?
—A vos no te carbura, flaco. Creés ver más allá. Te creés muy vivo diciendo que todos posan cuando en realidad fuiste, diste un poco de lástima y no cojiste. Chau.
Vuelve al lavarropas que se ha detenido, saca los trapos y los mete en un balde. En el patio vuelan hojas y mugre. Parece de noche, rompe un trueno que me retumba en el estómago.
—A ver si hacés algo útil y me alcanzás los broches —me dice.
Me da miedo preguntarle cómo se le ocurre lavar la ropa con el diluvio que se viene. Se pone a colgarla.
—Está lo del ataque de pánico, flaco. Eso mis abuelos lo curaban a cinturonazos. Te daban con la hebilla en el lomo y te mandaban al puerto a hombrear bolsas. Qué cosa la naturaleza.
—Yo lo que quería decirte es que me gustó una minita.
—Ahá. Un trava, ¿no cierto?
—No. Una neojipi.
—Fijáte lo que son las cosas, flaco. Venden productos que tienen olor a naturaleza. Estamos todos locos. ¿Le pediste el número?
—Sí, claro.
—Las neojiponas son peores que vos. Por ahí hasta te da bola y todo.
Un silencio desgarrador y de repente el cielo se abre a chispazos y se desbarranca. La ropa colgada apenas se ve tras el furioso manto de agua.
—Che, ¿por qué colgaste la ropa con semejante tormenta?
El vaso le chorrea la espuma del fernet. Se para en el marco de la puerta.
—Olé, flaco.
Hay que hablar fuerte entre el barullo de la lluvia. Huele a barro y a planta, también se siente la vaharada a hollín de una quema no tan cercana.
—Estos lavarropas viejos no enjuagan bien, flaco.