viernes, 9 de septiembre de 2011

La realidad es una mancha en el espejo

—Hola, Juanca. ¿En qué andás?
—Acá, flaco. Contemplando una naturaleza muerta.
Está sentado a la mesa sin hacer nada, lo cual es muy raro. No entiendo a qué viene eso que dice.
—¿Una naturaleza muerta?
—Vos no sabés nada de arte, flaco. Mirá.
Me señala con los ojos el televisor, que está apagado. Tiene el control remoto sobre la mesa.
—No jodas, Juanca. El televisor no es una naturaleza muerta, hijo de puta.
—Boludo, los antiguos llamaban naturaleza a lo que se manifiesta de las cosas. El ser humano se manifiesta según la pantalla. Un televisor apagado es una naturaleza muerta.
—¿Querés que haga unos mates o traigo el fernet? —Le digo esto porque ya veo que está insoportable.
—Nada. Dejá ahí. Hace tres días que me paso la tarde mirando el televisor.
—¿Apagado?
—Apagado.
—¿Llamo a algún especialista, che? —Se lo digo con onda. Me río.
—No jodas. Odio a la gente que cuando no sabe qué hacer se pone a tomar mate. Además esto de la naturaleza muerta me pone en una encrucijada.
Sé que está esperando que lo interrogue al respecto. Y yo que venía a hablar de fútbol y tomar un fernet.
—A ver.
—¿Qué pasa cuando un tipo mira un televisor apagado?
—Es un pelotudo de exposición, Juanca. Yo no se lo voy a contar a nadie, no te hagás drama.
—La televisión manifiesta la humanidad. Ponerse frente a un televisor apagado, dependiendo el ángulo, refleja al espectador. Mirá, ¿ves? Estamos en la pantalla. El hombre vive en la máquina, como lo del féisbuc.
—Che, está un poco fresco afuera, ¿no cierto?
—No te hagás el pila, flaco. Lo loco es que uno mira televisión para, ponéle, encontrarse en la programación y, justito cuando no hay nada, cuando el aparato está muerto, aparece uno mismo en la pantalla.
—Por eso debe ser que se inventaron los televisores de plasma, Juanca, para que los autistas no se vieran en la pantalla. No reflejan, viste. Tenés que modernizarte.
—Yo no sé cómo a alguno de estos artistas modernos no se le ocurrió pintar a un tipo mirando un televisor apagado y titularlo Naturaleza Muerta. El tongo estaría en que el espectador se ponga a pensar si la naturaleza muerta es la del aparato o la del tipo.
Chau, ahora sí que estoy jodido. Ya me veo que se va a poner a despotricar contra la televisión y los medios, los periodistas, los poetas y los psicólogos, y terminará diciendo que son unos pelotudos de mierda que para hacer una O tienen que sentarse media hora sobre el chorro caliente de un bidet.
—Pero la televisión educa a la gente, Juanca. —Le prendo la mecha; me mira como si le hubiera apagado un cigarrillo en la cabeza, agarra el control remoto, me apunta a los ojos y aprieta varias veces un botón.
—¿Educación? —arranca— Nadie sabe bien para qué carajo sirve, pero pretenden encajársela a todo el mundo, viste, como la vacuna de la polio y el celular.
—No jodas, Juanca. En la educación está el futuro, dicen los políticos —me río.
—Yo creo que con educación no se arreglan las cosas.
—Eso es una boludez. Sin educación todos somos analfabetos y nadie hace un carajo. Dejáte de joder.
—No hablo de eso. Te ponen la educación como si fueran a salvar el mundo, mientras que no hay que ser muy lúcido para darse cuenta de que con eso no hacemos gran cosa. Se confunde la educación con la instrucción. Vos fijáte que cualquier corrupto es universitario. Si la educación pudiera mejorar la calidad de vida de la sociedad, no existirían los criminales con título a no ser, claro está, que para vos la maldad y la corrupción no sean un obstáculo para el verdadero progreso colectivo.
—Y entonces, ¿qué hacemos, Jotacé?
—Hay que inventar una realidad inteligente; tal el propósito de las religiones.
Me quedo callado. No sé si lo que acaba de decir es una pelotudez o realmente tiene una idea. De todos modos, tengo ganas de tomar un fernecito.
—¿Y qué carajo es eso, che?
—A ver. Vos fijáte que la realidad genera conciencia. Cuando uno se educa aplica la inteligencia a cierta realidad que la educación forma, uno incorpora esa realidad y obtiene cierta destreza, cierta habilidad intelectual; por ejemplo, si todos estudiáramos periodismo o filosofía, no habría nadie capaz de saludar con una mano y respirar al mismo tiempo, ponéle.
—Sí, Juanca, pero hay muchas realidades distintas.
—Claro, qué vivo; mirá vos qué ocurrencia. Por eso es que especulamos enseguidita que un arquitecto es más educado que un albañil.
—No te entiendo. ¿Ya puedo ir a buscar el fernet?
—No. Podría decirse que la realidad que generan el albañil y el arquitecto es una, digamos una casa. Ambos dirán que esa casa es su trabajo. Pero nuestra sociedad se jacta de producir arquitectos, luego contadores y abogados para los arquitectos; y televisión para albañiles, amas de casa y oficinistas adictos al tuíter.
—Vos discriminás, Juanca. Pensás que un arquitecto o un abogado no ven las idioteces que pasan por la tele, y que los que las miran son incultos, ¿no cierto?
—No. Yo digo que, frente a la misma programación pedorra y hecha para pelotudos, el uno ve una realidad y el otro, otra. Una realidad común, inteligente, sería menos difusa. Hay salamín y queso, flaco.
Menos mal que se acordó. Voy hasta la heladera y demoro un poco para que cuando vuelva a la mesa se haya olvidado de ese chamuyo aburrido.
—Está el caso de Arielito el taxista —me dice.
—¿Qué pasó?
—La mujer, flaco. Parece que era muy celosa y un día alguna amiga le dijo que para saber si su marido la engañaba tenía que fijarse en el semen. Cagáte de risa.
—Epa, Juanca. Me dejás frío.
—Le dijo que el semen que hace rato que está es espeso, mientras que el producido recientemente es más líquido. Entonces, si el tipo viene de garchar, ya te imaginás cómo será.
—Y… líquido.
—Líquido. La mina no tuvo mejor idea que hacerle petes. Arielito llegaba a cualquier hora y la jermu lo peteaba para comprobar la consistencia. Todo esto sin que él supiera el verdadero motivo, claro.
—Uh, mirá vos. Qué bueno, ¿no?
—Muy, flaco. Vos imaginate que, para el que viene de laburar doce horas, es menos cansador el pete que garchar. Arielito le era fiel, después de todo.
—Bueno, bien ahí, Juanca.
—No tanto. Es ingenuo pensar que de algo mal encarado pueda resultar buena cosa. La mina no cojía nunca de tan ocupada que estaba en controlar al marido. Un mal día se fue a la mierda. Dos realidades distintas, flaco.
Ahora levanta la botella de fernet y la acomoda de manera que pueda verla en el televisor. Está serio y pensativo.
—A veces la veo acá en la esquina. Viene con un par de vinos a garcharse a los rolingas. El otro día apareció Arielito a llorarle para que volviera.
—Una historia de amor, Juanca.
—El que se quema con leche ve una boca y llora, flaco.
—Una vaca. Una vaca.
—Vos no agarrás una metáfora.
—No jodas, Juanca. Querés hacerte el vivo.
—Una realidad inteligente bien podría ser la que construyen los amantes verdaderos.
—Los swingers, Juanca —me río.
Se pone de pie, se agacha de espaldas al televisor, se baja los pantalones y los calzones, e intenta que el culo aparezca en la pantalla. Veo el culo peludo y feo de Juanca en la tele. Me cago de risa.
—Los poetas y los científicos son incapaces de hacer realidades sin valerse de metáforas, flaco; así está el mundo —me dice, doblado con las mejillas cerca de las rodillas.