jueves, 23 de junio de 2011

Anoche


Enciendo una hornalla. Abro la celosía y lo veo: la paloma dálmata está sola. Más arriba, en la ventana de la pareja, veo la persiana baja y me parece algo antipático. Lleno la pava tratando de no mojarme las manos. Saco el queso de la heladera y aprovecho para hacer un control de lo que tenemos: nadie tocó el jamón crudo. Bien. Pongo a tostar el pan integral de ayer. Mientras esto se hace, apoyo el queso sobre la tabla de quebracho crudo y lo separo con un cuchillo de su cáscara enharinada. Siento el ardor en las rodillas por primera vez en el día (acabo de levantarme) y sonrío con el recuerdo: anoche cogimos en el piso, sobre la alfombra, porque no queríamos hacer ruido. Voy a aguantar algunos días sin usar pollera. Pongo la yerba en el mate y lo sacudotapándole la boca con la mano. En la palma me queda un círculo verde opaco. La parte secreta de mi ritual del mate: chupo generosamente el culo de la bombilla y lo hundo en la azucarera. Los granos de azúcar se adhieren gracias a mi baba y esto hace que la yerba gane un dulzor justo –desde adentro, de fondo– y no se tape. Introduzco la bombilla en las tripas flojas de la yerba. Unto algunas rodajas de pan tostado con el queso y otras con dulce de zarzamora. Mis amigos van a poder elegir entre el queso importado y el dulce silvestre. Afuera la paloma dálmata recibe a una compañera gris, vulgar, de plaza. Mi paloma dálmata le picotea algo en la nuca y la otra se deja. Me cae muy bien la dálmata. La persiana de la pareja está levantada por la mitad. No se ve nada salvo el blanco ensombrecido de la cama. Muy rara vez veo pedazos de algún cuerpo, generalmente el cuadro es el contorno de cuatro pies quietos. Pongo las rodajas listas en la bandeja que llevo hasta el comedor tratando de no hacer ruido. Veo a mis amigos durmiendo en el sofá cama. Él tiene el torso desnudo y duerme de espaldas a ella. Ella tiene la cabeza apoyada en la nuca de él, con la cara torcida y la boca inflamada. Estoy cien por ciento segura de que anoche no cogieron por respeto a nosotras. O por falta de comodidad. En todos los casos, pienso, la falta de respeto y consideración hacia su sexo fue nuestra. Vuelvo a buscar el mate y veo una mosca en un plato, sorbiendo un raspón de mermelada. A que no la atrapo, pienso. Agarro un plato limpio y lo invierto encima del otro, formando una especie de cúpula para la mosca. Fui rápida y la mosca quedó adentro. Puedo escuchar cómo se golpea contra el techo que se le apareció. Levanto con cuidado los dos platos sin separarlos. Es como una nave espacial. Pongo la nave en la pileta, en forma vertical, y abro la canilla. El agua se las rebusca para entrar por el espacio ínfimo que hay entre plato y plato. Ya se ahogó, pienso. Separo los platos para ver y la mosca sale volando. Me cagó. Me cagaste, pienso, y la miro: ahora es un punto negro en el techo. Me cae bien por haber sobrevivido a mi trampa y ya no tengo ganas de matarla. Afuera la paloma gris se fue a otra ventana y mi paloma dálmata se quedó sola. Dálmata y sola, como siempre. Voy al cuarto. Abro apenas la persiana. De golpe lo tornasolado de la tela gris se chupa la luz que entra y el cuerpo de mi novia destaca su relieve bajo la sábana. El efecto es éste: parecen músculos bañados en un petróleo mantecoso y frío. Hundo los dedos en el petróleo y le siento la carne de la espalda. La tela cede al movimiento como un aceite. Un fueguito involuntario empieza a metérseme desde abajo, no por tocar el cuerpo de ella, sino por haberme detenido tanto en la textura de mis sábanas nuevas. Me concentro para apagarlo y lo logro, pero ya escurro, muy por dentro, unas gotas de magma. Voy a ignorarlo. Estoy ignorándolo. Trepo horizontalmente hasta llegar a la oreja y mi idioma especial para hablarle dormida se enreda en su pelo tibio. Sin embargo el mensaje llega y ella responde, todavía desde el sueño, un ya voy. Me desprendo. Abro el placard y me visto. Me arden las rodillas peladas al roce con el pantalón, así que a la mierda, pienso, y busco la pollera de ayer. Debe estar hecha un bollo por algún lado pero no la veo. Encuentro la pija de goma. Me da risa porque anoche jodíamos los cuatro con el tema de las pijas de goma. Inventamos una canción de una mina que aconseja dejar al marido y comprarse una buena pija de goma. Es la melodía de la canción de Serú Girán, que habla de la nena de goma, o sea la muñeca inflable. Es gracioso porque no te venden hombres inflables, lo que venden es solamente la pija. En cambio si querés comprar conchas solas no se puede, te venden un cuerpo entero de mujer para inflar que viene con un par de agujeros. Es más, cuando vas a comprar tu pija hay de diferentes formas y tamaños, en cambio los agujeros-concha de las muñecas inflables son todos iguales y ni siquiera se esmeran en simular los efectos de una concha de verdad. Moraleja: todos tenemos que tener una pija porque es un objeto útil para cualquier práctica, en cambio la utilidad mayor de la concha es para consigo misma. Voy a hablar de esto ahora en el desayuno. Voy a arrancar preguntando si ya habían pensado que no todos necesitan conchas pero que sí todos necesitamos pijas. Encontré la pollera. Mi novia ya se sentó y está tomando fuerzas para levantarse. Voy al baño antes de que mis amigos me vean con la cara sin lavar. Veo de reojo que cambiaron de posición. Me encierro. La cara en el espejo me gusta, estoy más despierta de lo que creía. Me lavo, me peino con los dedos. Empiezo a sentir hambre y eso me pone de buen humor. Me pongo desodorante. Estoy por salir pero me acuerdo de mear para no tener que levantarme al segundo mate. Algo en el inodoro me altera de golpe. Es un pequeño sorete deshecho por el contacto con el agua. Lo miro unos segundos, sin razón, y tiro la cadena. Sigo presionando el botón varios segundos después de ver que la mierda ya se fue. Me siento y meo. Meo, meo. Estoy meando. Me pregunto de quién era ese soretito. De Paula no puede ser. De uno de estos dos roñosos, seguramente, porque de Paula no puede ser. No podés no darte cuenta, pienso. No sé de quién me daría más bronca. Si es Paula, si Paula lo hizo a propósito por algo, va a tener que decírmelo. Me río: estoy pensando idioteces, Paula no puede ser. Despido a mi primer meo del día. Respiro. Me miro a los ojos en el espejo y salgo. Ahí los veo a los tres. Están reunidos alrededor de la mesa. Acostumbran las sillas a sus culos recién levantados. Ceban mate. Lo chupan. Se comen las tostadas con queso importado o dulce silvestre y hablan con la boca llena, cada uno en su lengua profunda de dormir. Me ven. Me invitan como si nada. Ahí voy.