Parece
que Juanca se entusiasmó con la Internet. Está con la maquinita de
la sobrina.
—¿Y
ahora qué hacés, che?
—Estoy
vendiendo un auto, un Fiat 600, por mercado libre punto com.
—¿Un
auto? No sabía que tenías un auto, Juanca. Jodeme.
—¿No
lo viste?
—No.
—Bien.
Debe ser porque no tengo auto, flaco. Sos un genio.
No
se puede creer este tipo, la verdad. Y eso que todavía no trajo el
fernet.
—La
puta que te parió, Juanca.
—Boludo,
a la vida tenés que ponerle gracia. Mirá, en el aviso puse “nunca
taxi” —y se festeja.
—O
sea que vendés un auto que no tenés... por joder nomás.
Ahora
se caga de risa. Parece que le acercan inquietudes los interesados.
—La
gente se interesa por cualquier cosa, flaco. Acá un boludo me
pregunta del kilometraje y si el tapizado es original. Y me ofrece
menos guita. Siempre regatean.
—¿Y
cuánto pedís, Juanca?
—Cincuenta
lucas —y se ríe más fuerte.
—¡Cincuenta
lucas!
—Está
original, flaco. Setenta y siete, pasa casete y radio, rojo, nunca
taxi.
Se
pone a contestar las consultas. Le tiembla la cabeza de reírse.
—Le
puse que lo compró mi abuelo para ir al sur y murió de un infarto
en un prostíbulo de Trelew. Que la familia nunca más lo usó,
flaco. ¿Qué opinás?
—La
puta que te parió, Juanca.
—No
tenés sentido del humor, che. Una vez que me integro al sistema me
hinchás las bolas.
Veo
que puso fotos. Parece que aprendió a usar el Google para buscarlas.
Intuyo que ahora debe tener una dirección de mail. Como que se va
integrando a la sociedad, aunque de una manera lúdica, como un niño.
—¿Te
enteraste de la de Arielito, flaco?
—¿El
taxista?
—El
mismo.
—No.
—Andá
a buscar el fernet, la soda, los vasos y un cacho de queso de la
heladera. Boludo, no sabés.
Le
hago caso. Mientras tanto está dale que dale con la maquinita. Algo
raro va a pasar.
—Che,
Arielito era el que lo había dejado la mina, ¿no? —pregunto para
que la termine de una vez y me cuente el chisme.
—Sí,
flaco. Ahora resulta que salió en una película.
—No
empecemos, Juanca.
—Si
no creés en mí, no creés en dios.
—En
una película.
—En
una película porno, flaco.
—Andá
a cagar, Juanca.
—Como
quieras. No te cuento.
Me
tiene podrido este tipo. Seguro me va a salir con una pelotudez o lo
que es peor: con alguna de sus cantaletas metafísicas. Y lo triste
es que tengo ganas de que me cuente.
—Dale,
che. No te hagas rogar —le digo.
—Parece
que tuvo que parar el taxi una semana y alguien le dijo que fuera a
un casting de esos raros... de cómo se llaman estos tipos... que
aparecen y no hacen nada, que están ahí al pedo...
—Extras.
—Extras.
Le daban unos mangos por sentarse en un bar, viste, como en las
novelas. Nomás que en una porno.
—No
sabía que usaran extras en las películas porno, Juanca.
—No
me interrumpas con boludeces. Lo pusieron ahí. Ya que estaban le
dieron una botella de whisky... pedorro, viste, pero whisky. Y él
tenía que estarse ahí sentadito mientras gente se ponía a
garcharle al lado. No parece algo muy rebuscado.
—Y...
no.
—Viste.
Además había un par de viejas en otra mesa, según contó, y un
pibe con cara de pelotudo que se hacía el que leía y tomaba café.
—¿Y
qué clase de película era? Supongo que con filmar gente garchando
ya va lo porno.
—No,
flaco. Parece que ahora está de moda un coso, un cómo se llama.
Eso de que te miran cuando fifás. No me sale. Algo que suena como
peluquero...
—¿Peluquero?
—Dale,
boludo. El coso este, Giordano... algo así. Coiffeur. Suena
coiffeur. Parece que era una película porno de coiffeurismo o como
mierda se diga. Esos que nomás miran cuando uno garcha y a la vez el
que garcha se excita porque el otro lo ve. Simbiosis, ponele.
—¡Voyeur,
pelotudo! ¡Voyeurismo...! —Qué nervioso me pone este chabón.
—Ves
que a veces te carbura el balero, flaco. Bien ahí. Cuestión que
Arielito estaba sentado a la mesa con un whiskycito mientras unos se
daban matraca ahí en el bar. Había, me dijo, un montón de cámaras
y de luces, y gente que daba indicaciones... todo eso del cine.
Ahora
vuelve a la máquina. Me da ternura que escriba con los índices. Hay
cierta candidez en Juanca. Lo noto más humano, enternecido y
divertido a la vez. Pero no olvido que está jodiendo a la gente. Y
se caga de risa.
—Bueno
—sigue—. Arielito estaba como cualquier hijo de vecino,
sentadito, y se le ponen a hacer chanchadas alrededor. Imaginate,
flaco, que semejante asunto no es lo que las viejas dirían muy
católico. Viste.
—Bueno.
A fin de cuentas, se trataba de una changuita, ponele, por unos
mangos. ¿No?
—No
te hagas el canchero, flaco. Mirá si se ponen a garchar acá ahora
mismo. Lo que lo cagó parece que fue el escabio.
Fija
la vista en la pantallita. Lee. Escribe. Contento se lleva a la boca
un pedazo de queso.
—O
sea que se mamó.
—Sí.
Parece que se puso a hacer comentarios, sacó a bailar a una vieja,
aplaudió las pijas y cantó la Marcha Peronista. Me dijo que le
pidió un autógrafo a un quía mientras se empomaba a una rubia
tetona. Un desastre ese muchacho, flaco, peor que vos.
—¿Y
los de la filmación qué hicieron?
—Ahí
viene el asunto. Resulta que ahora está un cómo se dice. Una cosa
que suena a esos arbolitos de mierda que hacen los japoneses.
—¿Arbolitos?
—Dale,
boludo. Cómo se dice. Plantan un árbol en una palangana, lo hacen
cagar de sed y les queda chiquito.
—Bonsái,
Juanca. ¿Qué mierda tiene que ver eso?
—Que
lo agarraron a Arielito y le hicieron el bonsái, flaco, o como
carajo se diga.
—No
te entiendo, Juanca, de onda.
—Boludo,
lo cagaron a sillazos, y una mina que tenía un látigo y un cinturón
con una pija de goma le dejó el ojete como una flor. Me mostró los
latigazos en las nalgas. No fue de dios, flaco.
—¡Bondage,
pelotudo! ¡Eso es bondage, sadomasoquismo!
—Dale,
escribíselo a Arielito por mail; seguro que quiere saber cómo se
dice que lo reventaron. Y le tiraron unos sopes de yapa para el taxi.
Cagate de risa.
Ahora
se sirve más fernet. Tiene cara de preocupado. Un número
desconocido me suena en el teléfono.
—Hola.
-¡Hola!
¡La concha de tu madre! —Lo único que me faltaba, que me putee
una voz desconocida por teléfono.
—Epa,
ñato. Qué pasa.
-Estás
vendiendo por internet el auto de colección que me afanaron. Te voy
a cagar a tiros, ¿me entendiste? Ahora voy y te lleno de cohetes,
sorete infeliz. —Cortó.
No
entiendo nada. Juanca escupió un chorro de fernet de la risa.
—¿Ya
te llamaron, che? —Me dice.
—¿Qué
hijaputada hiciste, Juanca?
—Puse
la foto de un Fitito que se chorearon los rolingas. Estaba muy lindo,
viste. Y tu número.
—Pero,
boludo, me dijo uno que viene a cagarme a tiros.
—Error,
flaco. Va a la dirección que le di.
—¿Qué
dirección pusiste?
—Acá
a diez cuadras. Con fe, flaco. Si no le pone humor, le van a hacer el
bonsái unos travestis amigos. Salud, eh.