sábado, 25 de diciembre de 2010

Abeja en el pelo

Una manía repugnante, Molina, esa de limpiar con los dedos la bombilla. Le cuento que justito detrás de usted, ahora, un tarambana limpia la bombilla con los dedos antes de pasar el cuenco. Como lo oye: con los dedos. Ahá, claro que es un horror. Le digo más, Molina: algunos juegan con la bombilla haciéndola golpear contra los dientes y es como que la tocan con la puntita de la lengua, todo esto mientras participan fluidamente de la conversación, como en un acto involuntario. O dan pequeños soplidos cual si de una flautita se tratase. Y que conste que estamos ante una tradición milenaria que une a la gente. El gaucho, Molina. Ha leído usted la cosa telúrica, la vivencia del hombre de campo, el rigor de la intemperie que convoca al parroquiano a reunirse junto al fuego. Ni que lo diga, Molina, un frío de cagarse, sí. Imagínese que el gaucho no iba a andarse con la mariconada de limpiar la bombilla con los dedos roñosos. A rebencazo limpio se amansaba el caballo. Una fogata y la comunión entre hombres rústicos templados por la tierra, en silencio, y el frío tajante de la noche; ése fue el escenario prístino del mate, Molina. Efectivamente, querido, otros tiempos. La decadencia estrepitosa. Acá en el camping no se puede, Molina. No se puede. No mire, pero detrás de usted la señora gorda ha enviado a su pequeño niño a la pileta porque el mocoso se halla pringoso de yogur. Sí, mi viejo, se le cayó el tarro de yogur en la cabeza; lo sobrevuela un nutrido enjambre de abejas. No se mueva. No. Parece que tiene usted una abeja en el pelo, sí; y le está libando la caspa, Molina. Qué asco.

martes, 14 de diciembre de 2010

El gallego de mierda



No sé cómo contarteló, Sorongo. Vos me vas a tomar para cualquier lado. Nada hice, negro, no hice nada. Esta vez no hice nada. El viejo del fondo, el gallego de la sobrina tetuda. Así nomás, se nos murió. Gallego con acento cordobés era ése. Si a vos también te agarró en varias, Sorete. Se habrá muerto de la bronca que me tenía. Me amenazó quichicientas veces el último tiempo. Así nomás. De viejo, de una caída que tuvo. Siempre putiando a la tetudita y a la otra gorda que lo cuidaba. Parece que los sobrinos le pagaban a esa gorda para que le limpie y lo corra con los remedios. Viejo de mierda. Ya lo escuchaba putiar porque le enceraban demasiado el piso, no es la primera vez que se caía de orto. Se caía, escuchaba mis risotadas y me putiaba. Y no, esta vez quedó de cama, tres días parece que estuvo hasta que palmó. Andá a saber. Cuestión, ¿querés saber?, me tocan el timbre el domingo a la mañana. ¿Yo qué digo?: religiosos. Pero no, eran estos para avisarme que había palmado el viejo. ¡La que me agarró! Decí que no les había abierto el portón y me pude cagar de risa tranquilo. Pero los tipos que me insistían. ¿Y yo qué sé, negro? Les abro y me les hago el dolido, viste, la jeta roja del chupi te ayuda para engañar. Les hago todo el cuento, que sí, que pobre, que él tan sacrificado siempre, que esto, que el otro. Y en eso, andá a saber si fue por el pedo que tenía, pero me entro a creer lo que estaba diciendo y me les largo a llorar ahí. Ahí nomás, negro, a lágrima viva como un chancho. Los tipos se sorprenden porque ni ellos estaban llorando. Imaginate, era el tío pero era un viejo de mierda, no quería a nadie, ninguno se iba a llorar la vida por él. Entonces entran a preguntarme quién era yo, por qué lo quería tanto, qué hacíamos, vos imaginate. Y yo que lloraba como un hijo de puta y seguía diciendo cosas que ni me acuerdo, a los gritos, que cómo se me iba a morir mi gallego, que era como mi viejo, bla, bla. No te me riás, Soruyo. Y bueno, los hago pasar, destruido, y les empiezo a mostrar las cosas del viejo que tengo en casa. Las cosas que le fui afanando, negro. Pelotudeces, ahí las tenés, mirá lo que quieras. Las tengo todas juntas como trofeo, son mierdas que le fui cagando. Nada de valor, pero cosas que al viejo le jodieron: el rifle de aire comprimido, la foto de la madre de joven, hay un frasco con tierra del desierto también, qué sé yo, ahí tenés. Fijate lo que quieras, no me rompás nada. Cuestión que les muestro todo y les voy diciendo a los gritos que todas estas mierdas me las fue dando el viejo porque me quería mucho, como a un hijo. No sé cuántas pelotudeces les inventé. Uno de ellos me abrazó y lloró, me dio la impresión de que se quedó culpable de que el viejo buscó cariño en alguien como yo y ellos no le dieron bola nunca. Y pero negro, son las cosas que piensa la gente cuando se le muere alguien, al otro día ya se le pasa. Bueno, pero te imaginás cómo siguió la cosa. Me llevan a la casa del viejo, una baranda de locos porque el perro quedó encerrado en la cocina y les llenó todo de mierda. Les muestro una botella de vino por la mitad y les digo que se la había regalado yo mismo la noche anterior y que yo siempre daba el primer sorbo para ver si el tinto estaba bueno o no. De pedo que no me salieron con que eso era de ellos, sabés qué. Y nada, Sorongo, acá estoy, me dieron la tele, el aparato que te seca la ropa y los billetes que tenía el viejo en una caja. Mil doscientos pesos ahorrados tenía, qué me decís. Soy rico, negro.