miércoles, 21 de julio de 2010

El desafío de Palermo.

No, me fue como el culo. No sé, los tepés los tenía bien, la cosa es que quieren asegurarse de que tengas todo fresco en la cabeza. Las bolas, no, no me acuerdo de nada. Mandé cualquiera, se dieron cuenta. Igual no sé, no vi la nota, después me fijaré. Por internet te podés fijar. Pará, te decía que hoy unos chicos viajaban en el colectivo y pasamos por un lugar que se ve el congreso. "Mirá, ése es el congreso". "Ah, ¿sí? Nunca fui". "Sí, mirá, todavía están los micros". "Los micros de la revolución gay". Me tuve que aguantar la risa. Revolución gay. Es que me olvidé el libro, boludo. Me embolo yo en los viajes y no puedo ponerme a pensar en cosas como vos. Perá que hay más. Uh, pero si estás al pedo también, qué te hacés, bancá que te cuente más así me descargo, que sigo nervioso por el coloquio. Sí, es como un coloquio. ¿Pero por qué te interesa lo de la facultad y lo de los chicos del colectivo no? No tiene nada que ver que no los conozcas. A mí me entretiene mucho más. Y uno empezó a contar que un pariente de él fue al "desafío de Palermo". Los otros no le daban bola. "Eso de patiar una pelota de un edificio a otro". "Lo de Gillette". Yo quería pararme y decirle "CONTÁ POR FAVOR ME MUERO". O sea como que estaba posta el edificio con la pelota y el edificio con el arco. Seguro que lo dieron por la tele, pero no vi nada. Y vos ibas ahí y pedías "quiero hacer el desafío". Y te daban una pelota y una gorra de Gillette. No, y vos tenés que patiar. Y decís "uuuuh caaaasi por un poquitito". Y te dicen "sí, sí, pasá a firmar abajo". Y vos como que estás así medio comprometido porque te animaste a hacer semejante pelotudez y buscás miradas cómplices. Y ves que hay gente en una fila que también quiere, y les decís "cuidado con el viento", "si me dejaban una vez más la metía". Ya sé, esto es lo que me imagino del coso, si te digo que no lo vi. ¿Qué tiene? Los chicos esos se bajaron, qué sé yo. Hablemos de tus cosas, a ver.

lunes, 19 de julio de 2010

A ver.


A ver si empezamos con el pie derecho. Viniste por morbo. Seguramente encontraste el enlace y dijiste algo así como “a ver qué dicen estos pelotudos” o pensaste que te cagarías de risa de alguna fotografía maricona o de un videíto del perrito con el sobrinito. Sabemos que no te gusta leer. No, no te asustes; es normal. En estos tiempos nadie quiere leer. Es como si pretendiéramos que nos inserten un chip en el bocho y listo. O no, por ahí nos gusta opinar al pedo pero con gracia, decir cosas; nos gusta que nos escuchen y entonces hay que leer algo para tener tema. Y a la mierda. Te rompe las pelotas que te hagan leer en el colegio, en la facultad. Estudiás cualquier cosa y tenés que tragarte el libro que escribió algún insoportable en el año del orto y, para peor, el tipo ya murió y no lo podés putear. Tenés el diario que menos mal que ahora está en internet, porque antes encima te tenías que aguantar ese formato de papel horroroso. Bueno, ahora es cuestión de joderse con esos garabatitos y fotitos y huevaditas hechas en flash que salen en las ediciones digitales. Leés (por morbo) que un quía acuchilló a la jermu mientras te aparece la cara contenta de un boludo que te vende un teléfono que saca fotos. Nadie lee.

Te digo más: suponte que tenés una reunión en lo de un tal Juan Carlos; vas por el barrio, tenés la dirección y te encontrás con que una calle se llama “Combatiente de Malvinas”. ¿Quién fue el hijo de puta que puso ese nombre tan largo? Mirá lo que te hacen leer. Te hincha soberanamente las pelotas enfocar y asimilar “Combatiente de Malvinas” en el cartel porque es largo. Que pongan, no sé, “Freire”, “Cuba”, “Gil”, “Tirame la Goma”. Ahí está: Si vas a leer un cartel de muchas letras, que te hagan la calle “Tirame la goma” que al menos te causa gracia o te sorprende. «Juan Carlos vive en Tirame la Goma al mil setecientos, esquina Freire». Punto. Pero te obligan a leer al pedo, a gastar la vista en nombres largos de calles.

Está el culto a lo literario y te dicen que leer te transporta, que te culturiza. Mirá vos. Yo voy en bondi y cuando puedo me duermo. Además suele pasar que uno lee y no entiende un carajo. Andá a leer al forro de Joyce. Ay, sí, Ulises. Es una cosa de locos: un boludo escribe un ladrillazo inenarrable que ni él entiende y después generaciones de pendejos se ven obligados a leer esa mierda por los siglos de los siglos. Pero dijimos que el morbo te transportó hasta acá. El sexo es el mejor medio de transporte. Ponéle que estás en una pieza, solo, y se ponen a garchar en la habitación de al lado: en una de ésas te calentás, te imaginás lo que están haciendo, te dan ganas de garchar a vos también. Vos fijáte lo que es la mente humana: garchaste anoche, estás cansado o en otra cosa y se te ponen a garchar en la pieza de al lado y ya te calentaste. Eso es poesía. Que venga Borges. Sos capaz de pajearte ahí mismo. Y hay más: puede darse el caso de que los de al lado lo estén pasando mal, no sé, al chabón se le bajó o es precoz, están en una posición incómoda, la mina es frígida, qué sé yo; pero la cosa es que a vos eso te transportó; te gusta garchar y sabés que hasta mañana o pasado no te toca, pero tu cerebro dice que estás caliente y suponés que te estás perdiendo de algo, casi te convenciste de que estás garchando vos también. No hay vuelta de hoja. Chau.

Lo que da ternura es que haya gente que cobre por escribir. Esto quiere decir que hay otro tanto que paga para leer. Acá no entendemos cómo mierda alguien puede pagar para hacer semejante cosa. Verbigracia y ya que estamos, ese pajarraco amargado y chillón que es J.P. Feinmann dijo textualmente: “NO HAY PELOTUDO QUE NO TENGA UN BLOG”. Ahí la tenés, con mayúsculas y entre comillas como corresponde. Muy bien, ¡Feinmann!, tenés razón; no te digo que te vamos a dar el premio a la ocurrencia o a la revelación científica del año pero, aunque eso no nos define gran cosa, te damos la derecha. No hay pelotudo que no tenga un blog y cualquier pelotudo tiene lo suyo. No te digo que vamos a mandar una carta al dueño de Google para pedirle que prohíba los espacios como éste, ¡Feinmann!, pero desde acá te mandamos un beso y nos cagamos de risa y decimos que ni en pedo leeríamos tus libros de mierda; ya hay mucho de eso, hay lo mismo de eso que pelotudos con blog.

Un amigo escribió un cuento cuyas dos primeras carillas describían a un vendedor de diarios. La imagen era minuciosa: estaban la ropa, la cara, las manos gruesas, los gestos, el colorido variado del puestito, los zapatos gastados, el piso mugriento, los pasos fugaces de los transeúntes, etcétera. Muy bien, Juanca, te pasaste. Ahora, entre nosotros, ¿por qué no le sacás una foto o lo filmás con el telefonito y me dejás de joder? ¿Acaso te creés una especie de documentalista del Discovery Channel? Meté entonces un Heloderma Suspectum o algún otro bicho repugnante y no visto. Ahí tenés un ejemplo de por qué la gente no lee: porque algunos escriben cosas que ya todos sabemos. Qué hijos de puta, che. Al menos el fotógrafo, ese vago, tiene el Photoshop. Porque si me decís que el diariero de mi amigo Juanca tiene algo que merece ser destacado, un suponer, es extraterrestre, católico, trava, gobernador de Tucumán, no sé; no te cuesta nada escribir en una línea algo como “el del quiosco de diarios es un travesti de cincuenta años”. Punto. Después me contás lo que pasó.

Por todo esto y porque, repito, sabemos que sólo el morbo puede hacerte leer este blog te decimos que en eso estamos. Esto no es un diario íntimo. No te vamos a agasajar, no pretendemos conocerte ni que nos conozcas. Intentaremos, eso sí, que aun cuando te caigamos muy mal nos recuerdes y tal vez comentes en alguna reunión algo como “miré la página de mierda de unos hijos de puta y me cagué de risa por no llorar”.