sábado, 7 de septiembre de 2013

Yanina



Me encuentro a Juanca en musculosa y calzones sentado a la mesa con los pies sumergidos en un fuentón y la cabeza envuelta con una toalla de manera tal que se le ven los ojos y la nariz. Tiene sobre la mesa una serie de cosas: tijeras, alicates y limas para uñas, una palangana, una pava humeante, un termo, espuma de afeitar y la navaja, un peine, un tarro que parece de crema para manos o algo así, un espejo, una revista y algún que otro utensilio. No le pienso preguntar qué lo tiene así porque me da miedo.
—Qué hacés, flaco —me dice mientras echa agua caliente de la pava en la palangana.
—Acá andamio.
—Ya que estás al pedo, andá a buscar el fernet, los vasos, unas aceitunitas y hielo —me apura.
Bien. Hoy no se pone a recitar un prólogo. Voy antes de que empiece con alguna monserga. Vuelvo y tiene la toalla a modo de turbante. Se unta las mejillas con crema de afeitar.
—¿Te sirvo, Juanca?
—No. Pará —me da el espejo—. Tené ahí.
Lo único que faltaba. Agarra la navaja, que es del tiempo de pedo, y empieza a afeitarse.
—Lindo día, ¿no cierto? —le digo.
—Muy. Tardecita peronista, viste.
—Se van a derretir los cubitos, che.
—El culo se te va a derretir a vos, flaco. Se dice que una vuelta Perón mandó llamar al peluquero. Cuando el chabón le preguntó cómo quería que le cortara, el General le contestó «calladito, m'hijo, ¡calladito!».
Es gracioso cómo estira la mejilla. La navaja deja un plano oscuro en la cara de Juanca.
—Me hincha un poco los huevos esa especulación que hace la ciencia respecto de la naturaleza, che —me dice mientras enjuaga la navaja en la palangana.
—Natural es que algo te hinche los huevos a vos, Jotacé.
—Ah pero está eso de la adaptación. Te dicen que una víbora adaptada a vivir en los árboles tiene los colmillos venenosos atrás con el fin de sujetar mejor al pobre pajarito que se dispone a morfarse mientras lo mata el veneno, lo cual no ocurre con las víboras del suelo, que tienen los colmillos adelante porque si muerden y sueltan, pueden seguir el rastro de la alimaña moribunda.
—¿Y por qué la del árbol no hace eso?
—Boludo, porque si larga al pájaro vivo se le cae al suelo y ni de pedo lo encuentra. Pero mirá si una víbora roñosa, ponele, va a deducir anatómica o impulsivamente que mejor me crecen los dientes así no se me vuela el pájaro. Es más fácil bajar del árbol y comer lombrices. O está eso del camuflaje, viste, que una sabandija pasa desapercibida gracias a que, dicen, adaptó su anatomía al entorno —me mueve el espejo, se agarra el labio superior con dos dedos y se afeita con los ojos fijos en la cara.
—¿Y se puede saber cuál es tu problema con todo eso, che?
—Yo prefiero pensar que todo es de casualidad porque la naturaleza no especula con la experiencia, que es al pedo pero lindo que la ranita sea verde como el pasto porque total pasa una vaca o una topadora y la aplasta como a un sorete, que a la víbora del árbol le chupa un huevo si se le cae el pájaro porque caza otro y listo, que no hay razón para cosa alguna que no exista en nosotros y para nosotros, y que la naturaleza es lo que es y chau.
—No sabía que te dedicabas a la poesía, Juanca. Felicidades —me río.
—No te da, flaco. Poetas los naturalistas, que ven un mecanismo acorde a la razón en cualquier cosa. Lo mismo pasa con la gente: cuando no saben qué decir los psicólogos, somos animales y nos definen los biólogos; cuando los biólogos no pueden explicarte algo, te mandan leer poesía o al psicólogo, o te enchufan a la pared con unos cables.
Se limpia la cara con la toalla. Se unta con gel. Se arranca los pelos de la nariz con los dedos.
—¿Te hago un fernecito? —le digo.
—Dale.
Mientras preparo los tragos apoya un pie en la mesa y se corta las uñas.
—No sabés el quilombo que se armó con los rolingas —dice.
—Qué pasó.
—Resulta que uno de los pibes empezó a salir con una gorda horrible.
—Ahá. Todo sea por ponerla.
—Fijate que los biólogos dicen que las hembras eligen al macho más apto para la cópula. Esto quiere decir que los bichos se cagan a dentelladas para que las bichas se dejen garchar y que los hombres con guita se garchan a las mejores minas.
—Vos no creés en el amor, Juanca.
—No te sientas inferior por no tener un mango, flaco. Es la naturaleza —se ríe.
—Pero la naturaleza no tiene códigos ni amor, Juanca.
—¿Y tiene leyes? Hablar del mecanismo de adaptación es un prejuicio, no sé, económico, práctico, moralista. Vemos lo que podemos a modo de causas y efectos como en un espejo.
Ahora mata el vaso de un trago y se pone a limar las uñas de los pies.
—Decía. Salir, lo que se dice salir, no.
—No empecemos, Juanca.
—Ah, cierto que vos no agarrás una. Hay etapas en la vida del hombre en las que el qué dirán pesa mucho.
—Sobre todo si salís con una gorda horrible —me río.
—Sobre todo si salís con una gorda horrible —se enseria—, y esto vendría a ser como lo de la adaptación.
—¿Y qué onda?
—Pintoresco, flaco. Pintoresco. Resulta que este pibe, el rolinga, se la encontraba una vez por semana en el Centro. Tranqui. La llevaba a cojer por ahí, después a tomar unas birras y después taza taza, cada uno a su casa. Ella es de acá, del otro lado de la vía. Los pibes de la barra nunca la veían con él. Me entendiste.
—El chabón no quería que lo vieran de la mano con un bagarto, ponele.
Ahora me pone cara de asesino y se arma un fernet.
—Pero viste cómo es la naturaleza humana. Un día este pibe digamos que asumió su relación con la fulera; le entraron ganas de presentarla como novia o algo. Parece que hizo de tripas corazón y la invitó a un asado acá a la vuelta en lo del Tuca, después del fulbito, un sábado al mediodía.
Se pone algo que parece champú en la cabeza, se envuelve la cabellera con la toalla y vuelca bastante agua caliente del termo en ese envoltorio. Come una aceituna. Sospecho que duda de su sexualidad o algo por el estilo.
—Un científico estudia el adn de una chaucha y te hace una chaucha inmune a la hormiga, viste, y eso porque le funciona como una cosa mecánica. Pero así uno tiende a procesar la data con cualquier cosa y tenés el problema de la vida, de la libertad, de la ética, qué va, y terminás haciendo reglas con cualquier gilada, como los psicólogos y los del horóscopo. Terminás en el chiste de que esto te pasa por esto, que esto está bien y esto no, como si fuera un fenómeno físico, como las rayas del tigre, qué sé yo. La razón encuentra una causa en las rayas del tigre igual que en la lluvia y en la moral humana.
—¿Y cómo si no, Juanca?
—No sé. Pero así como la inteligencia entiende y transforma la naturaleza, puede pasar que un día se hagan una sola cosa: razón devenida en mero fenómeno físico, en su objeto. Eso pasó con la guita, que originalmente era un valor de cambio y ahora vale por sí misma porque ha suplantado a los bienes que antes representaba. La guita es el bien, y el capitalismo implica hacer guita por la guita misma: la finanza es fe en algo que no existe.
A veces creo que a Juanca le vendría bien ir a trabajar, pero nunca se lo digo.
—Qué pasó con la gorda, che —pregunto.
—Le dijo que no, que justito ese día tenía un compromiso.
—Jodeme.
—No creés en mí, no creés en dios.
—Bueno, eso no es malo, ¿no?
—Muy, flaco. Resulta que cuando el muchacho apareció en casa del Tuca había un quilombo infernal porque la gorda, su gorda, había ido con un pibe que la presentó como la novia.
—Uh. Pero pará. El quilombo se armó cuando llegó el chaboncito este, querrás decir.
—No, flaco. Están esos bichos verdes, viste, cómo se llaman. Bueno, hay un bicho que parece una ramita y se hace el boludo, pero cuando viene otro bicho ¡zaz!, se lo morfa.
—¿Y eso qué tiene que ver, Juanca? La puta que te parió.
—Rebobiná, bobina. ¿Estamos en que este pibe veía a la mina un día a la semana?
—Estamos.
—¿Estamos en que se ocultaba para que no lo vieran con ella por fulera, o no estamos?
—Estamos.
—Y decime, cráneo, ¿cuántos días tiene la semana?
—¿Contando sábado y domingo? —me río.
—Boludo, parece que tres de los pibes que estuvieron en el asado hacían lo mismo. Y justo uno la presentó en sociedad. No es muy difícil.
—¿Y qué pasó?
—Qué va a pasar. Le dijeron gorda puta y después se cagaron a trompadas entre ellos. Todavía sigue la bronca.
—Qué garrón, che. ¿Y ella qué hizo?
—Dijo que eran una manga de pendejos, se hizo un sánguche, manoteó una lata de cerveza y piró de un portazo. Mantis religiosa. Mantis religiosa.
—¿Qué?
—El bicho verde, flaco. Tené el espejo ahí.
Se recorta las cejas con una tijera.
—Yo creo que si ese bicho fuera, no sé, fucsia, ponele, morfaría lo mismo y los poetas estos de la naturaleza encontrarían una buena explicación. Pero me juego guita que si esta mina hubiera estado muy buena, habría garchado mucho menos y ahora mismo estaría mirando la televisión.
—¿Y vos de qué te estás disfrazando, che? —le digo.
—En un rato salgo con Yanina, flaco.
—¿Quién es Yanina?
—¿Y de quién estamos hablando? A veces creo que no me escuchás, gomazo.