jueves, 28 de octubre de 2010

Somos el fuego que nos consume

Acá está Juanca haciendo limpieza. Saca los pósteres de la pieza: uno de Luca Prodan, otro de la planta del faso, otro de no sé qué carajos y los lleva al patio.
—Hay cosas que van perdiendo el sentido —me dice—, viste, como cuando un gringo dice en una película o canta “I love you” en una de esas cancioncitas de cuatro por diez pesos de la radio.
—¿Perdiendo el sentido?
—Sí, tigre. Viste, no sé, como que cada vez que escuchás un “I love you” nacen veinte chinos o un periodista argentino habla de ‘periodismo independiente’, ponéle.
—¿Y qué tiene que ver el amor en todo esto?
—Serás pelotudo, flaco. No hablé de amor. Mirá esta mierda.
Me muestra una especie de cuadro, un auto con una mina muy buena que se ríe, todo muy rojo. Lo hace un bollo y lo tira en el patio.
—Me aburrió esto, flaco. Todo es gráfica. El arte visual es una mierda. Andá a buscar el fernet. —Se nota que está tenso.
—Estamos volviendo al siglo del ojete —sigue—. Todo es dibujito, fotito, grafiquito, loguito.
—¿Un atraso?
—Sí, como cuando los católicos usaban imágenes para atraer u horrorizar a la gilada. En esa época era normal que la gente no supiera leer, ahora se supone que lo normal es lo contrario.
—Pará, Juanca. Lo que pasa que el arte es una fuente inagotable de creación. Además suele reaccionar e innovar ante lo insensible de la sociedad. No importa si es gráfica, poesía, música; siempre fue eso.
Echa soda al vaso y se chupa la espuma.
—¿Sos comunista ahora? Como esos pibes que la van de zurditos por usar Linux en sus costosas máquinas cuando la mejor venganza contra la sociedad es piratear. Un perro rebelde es el que con la panza llena muerde al amo, viste, como Duhalde o Cobos.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—No jodas, flaco. Una seña moderna es que todo busca la imagen. Los músicos, los poetas, los periodistas, todos van a la imagen. Me tienen podrido.
—Yo diría que hay mucha poesía, che.
—¿Poesía? El poeta vive de la imagen. Si vos los ves ahí, cariacontecidos, con esa postura de entes incomprendidos escribiendo fotogramas. Un poeta escribe que ve caer una gota de lluvia mientras el fuego se desenvuelve en el cielo crispado; mal rayo lo parta.
En el patio se está fresquito. Está la bola de papeles y unas cosas que sacó de los muebles, todo acomodado en una pila. —Poesía el movimiento de la noche —dice.
—Todo es poesía, Juanca. Tuíter, Féisbuc, el noticioso, los mineros chilenos, mineros poetas.
—Los rolingas, flaco. Arte viviente el rolinga.
—¿Qué pasa con ellos?
—Los de la esquina se afanaron un auto el otro día. Cuando lo desmantelaban se dieron cuenta de que tenía un GPS.
—Ahora resulta que para vos chorear es arte.
—No. Se ofendieron porque el aparatito marcaba sus casas como zona peligrosa. Se sintieron discriminados, parece. Eso es poesía.
—Mirá, Juanca, vos no tenés en cuenta el arte. De pronto nos encontramos conmovidos ante una obra en un doble juego por un lado intelectual y por otro espiritual. La obra de arte nos presenta un orden ajeno, libre de nuestros propios conceptos de orden, pero que a la vez nos atrapa, nos conmueve. De esta forma, uno no puede explicar una obra de arte, no puede abstenerse; participamos de ella y estamos a su disposición. No sé si me entendés. Podés ver miles de minas con cara de boludas que se ríen, pero te parás delante de la Gioconda y es otra cosa.
Creo que lo convencí. Ahora mira las paredes vacías de la pieza.
—Eso suena muy maricón —me dice—. El otro día me cortaba las uñas de las patas en la puerta de casa y pasó un rolinga en bicicleta que llevaba una gallina en el canasto. Una voz que decía “recalculando, recalculando” llamó mi atención. Parece que iba con el GPS, cagate de risa.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—A los pocos minutos aparecieron unos jipis. Dijeron que se les habían metido por el fondo, que debía ser más de uno porque oyeron a una mujer con acento español, que les faltaba una gallina. Les dije que qué barbaridad estos gallegos ilegales que vienen al país a robar gallinas.
—No te entiendo, Juanca.
—Sos boludo. Está el orden que decís vos, el que nos libera y conmueve. El rolinga con GPS aprende a conocer el barrio, flaco, se libera. Podés ver miles de boludos lo más campantes en sus autos con una galleguita que les habla, pero un rolinga en bicicleta con GPS y una gallina es otra cosa. El poeta novato quiere jugar con la literatura, pero la literatura no juega; a la larga queda como un boludo romanticón.
Ahora trae una puertita de alambre, la deja en el patio y me dice que le alcance unos ladrillos.
—Esa misma noche se hicieron un asadito en la vereda, flaco. Si eso no es poesía yo soy la Gioconda. Traé hielo.
—Vos no tenés corazón, Juanca.
Prende fuego la pila de cosas y dispone los ladrillos de manera que la puerta queda sobre las llamas de colores. Sale un humo feo.
—Arte vivo el fuego que nos consume, flaco. Traéte los choris y los chinchulines que están en la heladera.

2 comentarios: