viernes, 23 de mayo de 2014

Vigilar y castigar




Resulta que llego a lo de Juanca, lo de siempre: que cara de verga esto, que puto lo otro, que tu vieja en camisa de once varas... me siento a la mesa dispuesto a tomar un fernecito y, oh sorpresa, acaso de algún rincón inexplorado de la casa aparece un pibe de unos cuatro años.
—Che, boludo —le hago señas a Juanca con la cara.
El pibe se quedó parado al lado del televisor.
—Y ahora qué pasó, flaco. No empecés a joder.
Vuelvo a señalarle el pibe con la cara. Supongo que se lo habrá olvidado alguien o que este boludo dejó la puerta abierta y se le metió.
—Lo trajo la vieja de la esquina, flaco. La hija se lo dejó. Y ella tenía ganas de ir al bingo, viste. Me dijo que me hacía un arroz con pollo. No sabés qué bien le sale.
—¿Arroz con pollo?
—Un arroz con pollo, flaco. No hinchés las pelotas.
Todavía me acuerdo del perro de la de enfrente. El pibe se sienta en el piso y se pone a dibujar en una hoja A4.
—Claudito, este cabeza de cartucho es el flaco. Flaco, Claudito —nos presenta. Claudito me mira con un lápiz amarillo en la mano y me saca la lengua.
—Che, ¿voy a buscar el fernet? —le digo.
—Media pila, flaco, que está el pibe —contesta con expresión solemne, como de asesino.
—Eh... Bueno. Linda tardecita, ¿no cierto? —le digo, medio incómodo.
—Claudito, hacé el favor: traete la botella que está debajo de la mesada y la soda que está en la heladera —le dice.
Claudito obedece; lo vemos desaparecer tras la puerta.
—A los pibes los incentiva sentirse útiles, flaco. Vos no sabés nada de psicología, ni de ser útil.
—Ojalá te pise el metrobús.
Aparece Claudito con la botella de fernet tomada del pico y sostenida con el hombro y la mejilla, como si hablara por teléfono; el sifón, que es de plástico, lo trae en la otra mano arrastrándolo por el suelo. Juanca le recibe cariñoso la carga.
—Somos ricoteros o somos putos —le pregunta.
—Ricoteros. Ricoteros. Ricoteros —grita el pibe con los puños altos.
Juanca agarra tres vasos y en uno sirve soda para Claudito.
—¿Tenés coca cola? —le dice el pibe con el vaso en la mano.
—¿Somos ricoteros o somos putos?
—Ricoteros.
—Entonces tomá la soda.
El pibe toma un trago y deja el vaso en el suelo. Sigue dibujando. A todo esto, yo serví dos fernet.
—No sabés, flaco. Al Cheme lo cagaron a trompadas.
—Y ahora qué pasó.
—Nada, que le fueron a la puerta de la casa en una camioneta. Se bajaron cinco monos y lo molieron a palos. Lo de siempre, viste.
—Qué cagones, che. Me da bronca cuando agarran entre muchos a uno. Que vayan solos si se la aguantan.
—Es una forma de ver las cosas, flaco. Otra es pensar por qué van en banda. No podés decir que esos rolingas son cagones. Yo te diría que de a uno ya son gente de cuidado.
—Ah, pero si son guapos que vayan solitos, che. No jodas.
—Lo tenés al Lágrima, ¿no?
—El gordo gigante de la barra de Banfield.
—El mismo, flaco.
—¿Y qué tiene que ver el Lágrima?
—Manejaba la camioneta.
—Y con más razón, che. Es lo que te digo.
—A razón lo llevaron preso. Acá lo que cuenta es la organización. Pensá que no tiene sentido que un quía vaya y le dé una paliza a otro por lo que sea, siendo que lo que se pretende es que el otro escarmiente, que sienta el rigor de las fuerzas de la naturaleza por haberse mandado un moco o por lo que fuera, y no que piense después en vengarse de un chabón que le dio un par de guantazos mano a mano. El Lágrima demuestra que tiene facultad de logística, que cuenta con infraestructura, que no se trata de una riña entre huevones, sino de un asunto delicado. Esa operación —golpea cuatro veces la yema del índice contra la mesa—, esa o-pe-ra-ción quiere decir además que ni se te ocurra reaccionar porque nosotros, es decir, esta empresa, somos mucho más que un boludito enojado. Enojado no se pelea. Porque lo que es cagarse a piñas... a piñas se caga cualquiera, flaco. El humano es de por sí un mal bicho que no cree en individuos como él, sino en las instituciones a su medida.
Ahora se agacha en el piso junto a Claudito.
—Qué es eso.
—Un monstruo del pantano —dice el pibe.
—Qué bien. Qué lindo, eh.
—No. No es lindo. Los monstruos son feos —contesta el pibe.
Juanca le rasca la cabeza y no dice nada. Vuelve a la silla.
—Lo que pasa que el Cheme salió por la tele, flaco. Y ahí la ligó.
—Ah bueno. Ah. No. No. Dejate de joder, Juanca. No, pero posta. Siempre con cosa rara vos, eh.
Qué nervioso me pone este tipo.
—No creés en mí...
—Ya sé. No creo en dios, ¿no?
—Eso mismísimo.
—La puta que te parió.
—Cuestión de minitas, flaco. Vulgarcito. No es para que andes lloriqueando.
—A ver.
—El Cheme se consiguió una trampita. Mucha presión: la guita, los pibes, la loca de la jermu. Entendiste. Andaba con una fulanita. Ojo, linda piba, eh. Y se iba después del taller a garchar al centro, en la semana cuando les pintaba.
Se termina el vaso y echa una miradita al pibe.
—Cómo va el monstruo, Claudito. Haceme la laguna repugnante bien de bien, eh. Para la abuela.
—Somos todos ricoteros —dice el pibe sin dejar de rayar de negro la hoja.
—Menos el flaco —dice Juanca.
—Puto —me dice el pibe sin mirarme.
—Y un buen día el Cheme y la piba esta salen del telo y ¿qué es lo primero que hace uno que sale de garchar?
—Se va y se toma una birra.
—Una birra. No seis. ¿No cierto, flaco?
—Y... no sé, che. Qué sé yo.
—No, cráneo. No podés tomarte seis birras con una minita en una mesa en la vereda del bar siendo que tenés que llegar a tu casa a morfar con tu familia. Media pila, flaco.
—¿Y qué pasó?
—Cosas de borrachito. Qué va a pasar. Hubo un incidente... un ratero de esos que manotean, viste, le afanó la cartera a una vieja ahí nomás de donde estaba tomando birra con la minita. Hacete la situación. Pasa el chorro corriendo. El Cheme oye los gritos, ve al chaboncito, agarra una botella y se la tira... ¿y no va que le da en la cabeza? Hay que tener mala suerte, flaco, un poco fue eso también, eh.
—Ah pero pará. ¿Cómo que mala suerte? Tuvo puntería y le dio en la cabeza a un carterista. Muy bien el Cheme, Juanca.
—A vos el cine te está dejando idiota, flaco. Mucho Batman vos. A ver. Si estás en infracción desde cualquier punto de vista, no podés andar haciéndote el Llanero solitario... ¡tenés que quedarte piola y escondido, flaco! ¡Piola y escondido y calladito, mi viejo! ¿Me captás?
Vuelve a golpear el dedo contra la mesa las cuatro sílabas de “calladito”.
—Cuando el pibe ese liga el botellazo, cae al piso lógicamente boleado. Y viste que ahora está de moda eso de linchar giles. Bueno. Se armó la goma. Te la hago corta. Tumulto. Lo recagan a patadas en el suelo, pero bien de bien, eh... me seguís. Aparece un móvil de un noticioso que, de pedo o no tan de pedo, andaba por ahí... y te digo que no tan de pedo por la zona donde pasó la desgracia esta. Entendiste.
Hace una pausa y se prepara un fernet.
—Quiero hacer pis —dice Claudito.
—Andá con el flaco, Claudito.
—No porque es puto.
Se van al baño. Me pongo a mirar el dibujo: no sé cómo lo hacen normalmente los pibes a esa edad, pero parece tener alguna idea de lo que es monstruoso. Me pregunto si lo habrá aprendido a los diez minutos de estar con Jotacé.
Ahora vuelven; el pibe, contento con un rociador de flit en una mano.
—¿Y podés creer que le hicieron un reportaje al Cheme y todo? —me dice.
—Jodeme.
—Posta. Y la otra boludita colgada del cuello del Cheme, yo creo que del pedo que tenía. Porque ojota, que ella también tenía a su noviecito por ahí, eh... Le cantaba al de la cámara... “Solo le pido a dios” le cantaba... Festejaban con la gente... Pintó la yuta... ¿no viste el noticioso, flaco?
—No, Juanca. Qué voy a ver.
—Y menos mal... menos mal que la mujer del Cheme tampoco, che.
—¡Cómo que menos mal, si me decís que lo cagaron a piñas pero bien, Juanca!
—No entendés. La mujer del Cheme es jodida. Mucho. No querés hacer enojar a la mujer del Cheme —da tres golpes en la mesa con el culo del vaso mientras repite no-que-rés.
Ahora se toma un trago despacio, levanta el vaso y se pone a observarlo. Uno teme las cosas tenebrosas que pueden pasar por la cabeza de este tipo durante unos segundos de actitud contemplativa.
—Aguante Los Redondos —le dice al pibe con el vaso en alto. Claudito agarra el suyo, que todavía tiene soda, y lo levanta también.
—A veces hay que encarar los asuntos de la razón por el lado de la acción. Vos fijate que un ejercicio, sea cual fuere, se hace con fuerza, con movimiento, con sangre, tripa y sudor.
—No empecés, Juanca. Veníamos piloteándola.
—Vos porque son un insensible. La moral necesita acción, que no necesariamente tiene que ver con la justicia porque la justicia es una pendejada. Fijate que está como institucionalizado que la gente celebre que al violador lo violen en la cárcel, es decir que al peor lo violen en la cárcel, mientras se considera la violación como cosa espantosa, por ahí hasta peor que el homicidio. Y fijate que el común de la gente considera peor un homicidio que otro, por ejemplo es peor matar a un tipo para afanarle la bicicleta que por un millón de dólares. Si lo pensás, un homicidio es un homicidio y el porqué debería dar lo mismo. Mucho Jólivud. Ves.
—No jodas. Si viene uno y se te mete en tu casa con una motosierra y lo bajás de un cohetazo no es lo mismo que el chabón te haga bosta con la motosierra porque se le ocurrió que quiere algo que vos no le querés dar, Juanca.
—¿Lo escuchaste al flaco, Claudito? Es así de huevón, eh. No te asustes.
—Aguante Los Redondos —dice el pibe.
—Eso es de las películas, flaco, para que los gringos se gasten el aguinaldo en armamento.
Repite la rutina de agacharse junto al pibe y elogiarle el dibujo.
—A todo esto, ¿qué carajo pasó con el Cheme? ¿eh?
—Te dije, flaco. Un par de costillas fisuradas. Ojo izquierdo negro. Cicatriz en el pómulo derecho. Una semana mínimo de reposo le dio el médico.
—Pero no entiendo. El chabón quedó escrachado por salir con una minita, pero la jermu no se enteró, ¿no?
—Más o menos. Yo diría que quedó escrachado por pelotudo.
—Sí, bueno. Pero no entiendo qué tiene que ver el Lágrima.
—Es el hermano de la mujer de Cheme, flaco.
—Ah pero peor. Mirá si lo van a cagar a palos porque se garchó a una minita por ahí, Juanca. Tanto lío con la logística y toda esa bola que mandaste. No sé, che.
Ahora se sirve un fernet. Se nota que calcula con precisión de anestesista la cantidad de soda. Otra vez se pone a mirar el vaso.
—¿Y quién te dijo que se la dieron por garcharse a una minita, gomazo? Vos deberías hacerte poeta, flaco. Posta.
—¿Y por qué carajo entonces, che?
Se para con el vaso en la mano y otra vez se agacha junto a Claudito. Agarra el dibujo y me lo muestra.
—Mirá el monstruo del pantano que dibujó Claudito, flaco.
—Muy bien el monstruo, eh —les digo a ambos.
—Puto —me dice el pibe.
—Al Cheme lo cagaron a patadas porque el chaboncito que le manoteó la cartera a la vieja era el hermano de uno de los pibes de la barra, flaco. Nunca entendés nada, eh.
—Jodeme.
Juanca se incorpora. Tiene el vaso en una mano y el dibujo en la otra.
—Atendeme al flaco, que no le gustan Los Redondos —le dice contento al pibe.
Claudito agarra el rociador de flit, se para de un salto y me moja desde los pantalones hasta la cara. Se cagan de risa. Lo raro es que no siento el olor característico a insecticida, lo cual supongo que es bueno. Me sale una risa forzosa como obligada por la carita del pibe. Pero siento olor a pis.
—Venimos juntando el meo acá con Claudito, flaco. Hacer felices a los pibes no cuesta nada.
El nene se trepa a Juanca y me abre grandes los ojos.




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